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lunes, 3 de abril de 2017

Antigua



Las calles de antigua con uno de sus volcanes al fondo


A diferencia de lo que me imaginaba, las noches en el centro de Guatemala eran frías, debido a las cordilleras de montañas que corren por el centro del país a semejanza de una columna vertebral. El poco o nulo tiempo que había dedicado a estudiar la geografía previo al viaje, nos castigó haciéndonos soportar el frio de Cobán en short y camiseta de manga corta. Aun así, esto importo poco al ver lo hermosa que era esta ciudad colonial en medio de las montañas, muy parecida a Real del Catorce o San Miguel de Allende en México.

Nos despertamos temprano con la intención de tomar rumbo hacia la Ciudad de Guatemala lo más temprano posible, y así evitar que la noche nos agarrara sin novedades durante el camino como en el día anterior. Para mi sorpresa, me encontré con Charlotte y Caroline Müller hospedadas en el mismo hostal donde nos habíamos quedado, estas eran las mismas chicas francesas que había conocido en la isla de Flores el día anterior y que no habían aceptado viajar con nosotros porque ya habían comprado su boleto con anterioridad. Después de una breve platica nos dimos cuenta que también iban a la Ciudad de Guatemala, una vez más les ofrecí que vinieran con nosotros, cosa que rechazaron porque nuevamente ya tenían su boleto de autobús comprado. En ese momento de la historia no sabía que estas chicas iban a influir en mi de una manera bastante profunda. Fue aquí donde las presente con Carlos y Melanie. Charlotte ya tenía tiempo viviendo en Latinoamérica, exactamente en Argentina, por lo que hablaba el español con una mezcla de acento francés y argentino que le daba mucho estilo. Ella fue la que nos explicó que parte de los hombres armados que habíamos visto en la carretera el día anterior, eran bastante amigables pero que se veían en la necesidad de llevar armas de alto calibre para evitar el robo de ganado, tan común en la zona.

Artesanias guatemaltecas



Una de las cosas que más nos llamó la atención en Cobán fueron las artesanías, bellos vestidos y sudaderas con figuras geométricas de colores brillantes o incluso flores bordadas a mano, forros de libretas de cuero con la leyenda “recuerdo de Cobán”, muñequitas de trapo, juguetes de madera, cuadros con figuras de quetzales, entre muchas otras cosas.

No tardo mucho tiempo en que nos rugiera la tripa, incentivo suficiente para obligarnos a buscar donde desayunar, pero eso sí, con la condición de que fuera barato. Preguntando fue como llegamos al mercado, lugar donde vi las zanahorias más grandes que he visto en mi vida, casi podría haber dicho que en vez de zanahorias eran pepinos pintados de naranja. Las mestizas vendían los productos de sus hortalizas en puestos improvisados a una orilla de la calle, así como se suele hacer en algunos tianguis de la Ciudad de México, la mayoría de ellas llevaba un rebozo con rayas de colores sobre un fondo negro, algunas lo usaban para cargar al niño y otros para cubrirse del sol. Estas mujeres con alegría nos invitaban a que lleváramos desde nabos, papas y esas zanahorias increíbles, hasta condimentos y especias.

Las zanahorias más grandes que he visto


Encontramos un puesto en el que vendían tamales como los oaxaqueños que comemos en México envueltos en hojas de plátano; con la diferencia en que estos eran considerablemente más grandes.
Con el estómago lleno y el alma en paz, nos aventuramos nuevamente a tomar las carreteras de este hermoso país. El camino a la capital fue largo, pero sin ningún percance, con la única novedad de los increíbles paisajes que iban pasando uno tras otro en las ventanas de nuestro auto.

Llegamos a nuestro destino como a eso de las seis de la tarde, todavía había luz, pero empezaba anochecer. Para describir la capital del país lo hare de la siguiente manera: Una Ciudad de México pero en chiquita, numerosas casas, mucha gente por todos lados, tráfico e incluso el mismo sentimiento de ciudad enorme e intimidante que produce la capital de nuestro propio país. Como no teníamos idea a donde dirigirnos, ni lo que debíamos de hacer, acudimos al siempre confiable McDonald’s más cercano para agarrar la señal de wi-fi gratuita. En cuanto al tema de los McDonald’s, me llamo la atención que estos restaurantes abundan mucho en todo el país, cosa que nos facilitó mucho la existencia a la hora de necesitar conectarnos a internet.

- ¿Han considerado irse a Antigua? Allí esta lo bueno. – Nos dijo un señor que saboreaba una hamburguesa con su esposa después de que le preguntáramos sobre a donde nos recomendaba ir.

-La verdad es que nos encantaría, he visto unas fotos muy bonitas del lugar, pero no queremos manejar de noche. – Respondí. 

-Está muy cerca, esta como a 20 minutos de la ciudad y aparte allí es donde están los clubs, lo bueno.
Tiempo y actividad nocturna fueron los dos únicos argumentos que necesito este hombre para convencernos de no quedarnos en la capital y seguir nuestro camino hacia una de las ciudades que está catalogada como una de las diez ciudades más bonitas de américa. (Y no lo digo yo)

Desayuno rico y nutritivo en el mercado de Cobán


Si la ciudad de Cobán es de estilo colonial, Antigua le dice quítate que ahí te voy. Sus calles empedradas hacían juego con los adoquines y las terrazas adornadas con mampostería para deleite de cualquiera que disfrute de un buen taco de ojo de arquitectura. Hasta ahora nunca he tenido la oportunidad de visitar España, pero he visto fotos de pueblos cercanos a Sevilla o a La Mancha, y se me hacen lugares parecidos a Antigua. El color amarillo, rojo y blanco eran los que más abundaban en la fachada de las casas, comercios y montones de hostales que logramos divisar con la luz que nos proporcionaban las farolas apostados a los lados de las calles. Y como en toda ciudad con orígenes españoles, no podían faltar las iglesias en casi cada esquina de la calle, la mayoría de ellas con la arquitectura sobria pero elegante que ofrece el estilo barroco o llamativa que podemos ver en el estilo churrigueresco; o incluso una mezcla de ambas.

-Lo siento, estamos llenos. – Fue la negativa que recibimos en casi todos los hostales que preguntamos por alojamiento. – Pero conozco alguien que quizá les rente un cuartito para que se queden. – Al final nos dijo uno.

Fue así como conocimos a la “Tía”.

- ¿Puedo decirle tía? Es que me recuerda a una tía que tengo. – Le pregunte con tono de broma para tratar de romper el hielo.

-Como quieras. – Respondió la tía con todo el desgane del mundo, una señora de unos cincuenta años con cara de pocos amigos después de mostrarnos la habitación y cobrarnos 100 quetzales por cabeza. Tengo que decir que la habitación no era un pent-house, pero en ese momento un techo, unas camas y un baño con regadera se me antojaba que era lo único que se necesitaba para ser feliz. Al final de cuentas, estábamos en una ciudad muy bonita al sur de Guatemala y no estábamos dispuestos a dejar que nada lo arruinara.

Melanie en Cobán


Después de cambiarnos de ropa y ponernos guapos, Melanie y yo salimos de la casa de la tía con la intención de explorar la vida nocturna del lugar. No tuvimos que preguntar mucho para dar con los primeros antros en los que se escuchaba la salsa a todo lo que daba. Nuestros pies y nuestras caderas se despertaban con el ritmo de la percusión, nuestros cuerpos pedían a gritos que bailáramos y no estábamos dispuestos a negarles la petición. Ya tengo tiempo de conocer a Melanie, la conocí en una excursión que hizo su universidad a Mérida para que esta aprendiera español, nos hicimos amigos, tiempo después me fui un tiempo a Utah y seguimos con nuestra amistad, la cual se aflojo un poco, pero regreso con más fuerza que nunca un otoño que ella regreso a visitar Mérida cuando yo ya había vuelto a la tierra de mis amores. Una cosa que caracteriza nuestra amistad es el amor que ambos tenemos por bailar, en especial salsa o cumbia. Era obvio que no íbamos a perdonar la oportunidad de sacarle brillo a la pista en Antigua.


Entramos al primer antro y tardamos unos cuantos minutos en decidir que era mejor que nos sentáramos solamente a ver. La forma de bailar de los locales rozaba lo profesional, su manera de bailar salsa era tan deliciosa como el ritmo del timbal que marcaba el paso de las muchachas que meneaban su cintura bajo la guía del varón que las hacia dar vueltas, intercambiando miradas y abrazos en una danza que esta por más decir que es provocadora. Cualquiera que hubiera visto lo que Melanie y yo vimos, hubiera dicho que las parejas de baile se leían la mente para saber exactamente donde colocar la mano después de cada vuelta o los momentos exactos para agacharse, también se hubieran dado cuenta que la forma en que lo hacían e intercambiaban de pareja estaba tan bien hecho que se hubiera dicho que era imposible que fuera una danza coreografiada. Era talento puro. Un arte digno de tomarse el tiempo de sentarse y contemplarlo con la boca abierta. Las parejas de los antros en Antigua se podían decir que eran el disfrute hechos persona. Si eso no era felicidad, que venga cualquiera a Antigua y me diga lo contrario. Y eso era exactamente lo que sentía por estar ahí con mis amigos en un lugar tan magnifico como intrigante por los secretos que seguramente guarda: felicidad.


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