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| El puente del lago de Reikiavik |
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| El Harpa es como una especie de centro de conferencias, así como un lugar iconico del país. |
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| Otra del Harpa |
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| Colores en un mundo lleno de grises |
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| Coronas islandesas |
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| El nombre de una calle |
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| La vida en el mar del norte |
Cuenta la leyenda,
o mejor dicho el archivo de asentamiento de Islandia. Que cuando los noruegos liderados
por Ingólfur Arnarson llegaron a la isla, se quedaron impresionados por las
fuentes termales que encontraron en el territorio. Fue así como fundaron un
pequeño poblado que posteriormente se transformó en la capital de Islandia que
bautizaron como Reykjavíkurborg, que en español significa la ciudad de la bahía
humeante.
Y exactamente ahí
estaba yo. Parado con mi mochila en los hombros sin idea alguna de a dónde
dirigirme. Tan cerca del polo norte como jamás había imaginado y sintiendo los
vientos polares golpeándome el rostro, dejando mi piel fría a su paso y mis
pulmones inundados de una aire tan fresco y puro que no podía estar más
agradecido por esa sensación de estar purificándome desde adentro.
Y recordé:
En cierto
momento de mi vida me di cuenta de que era necesario adoptar una filosofía de
vida, una manera de ver y de pensar que me ayudara a orientarme. Por eso, antes
de oficialmente empezar este viaje, con los boletos en mano mientras esperaba a
abordar el avión, escribí la siguiente promesa – filosofía – para mí:
Querido Elier:
Hazlo. Sal y
disfruta de los nuevos lugares, de las nuevas culturas. Enamórate mil veces,
si, enamórate de la vida, de los cielos, de los nuevos amaneceres y de las
noches que te permiten descansar. Enamórate del camino, de su gente, de la
música y del que piensa diferente a ti. Y, sobre todo; no te preocupes por
nada, se feliz como si fueras a vivir por siempre.
Una hora y media
después de que el avión hubo aterrizado en Islandia estaba parado en Bókhlöðustígur,
cerca del lago Reykjavíkurtjörnin, en el centro de Reikiavik. El lago reflejaba
la luz del sol sobre sus tranquilas aguas y un conjunto de edificios blancos
con techo color verde claro; en medio de estos se podía ver lo que para mí parecía
una pequeña iglesia con su pararrayos del mismo color de los tejados de las
otras construcciones. La gente caminaba tranquila y parecía que nadie tenía
prisa para llegar a ningún lado. En verdad me hubiese detenido a contemplar el magnífico
y relajante paisaje si no fuera por el hambre que no me dejaba si quiera
concentrar, tenía casi 16 horas sin comer, prácticamente desde que había salido
de San Diego, porque se me había hecho tarde para tomar el vuelo desde Los Ángeles.
Aparentemente acababa
de amanecer (porque en Islandia es difícil saberlo), el cielo se encontraba
despejado, pero aun así se veían charcos por todos lados, rastros de una lluvia
reciente. Para las nueve de la mañana, las calles ya estaban concurridas por
gente que iba en todas direcciones, el paso de estas ya no era tan tranquilo,
pero aun así inspiraban una tranquilidad que no había visto en otro lado.
Todos los
edificios de derredor tenían letreros con nombres que eran imposibles de
pronunciar, incluyendo los letreros de señalización. Palabras larguísimas con
una sintaxis complicada y símbolos que jamás había visto en mi vida. Por
primera vez estaba en un lugar completamente diferente a mi mundo. Por primera
vez estaba fuera de América.
Solo tuve que
darle una mordida para darme cuenta de que no era algo excepcional. El pollo
con curry estaba delicioso. El tomate, la lechuga y la cebolla estaban frescos
e incluso la masa con la que se había hecho la pita que envolvía el Kebab
estaba bien cocida. Pero ni así, el shawarma valía los 16 dólares que me
hicieron pagar por él. Y no, no fue capricho de entrar y comer en el primer
restaurante que encontré, ni descuido en el cambio de los dólares a las coronas
islandesas. Restaurante al que entraba a revisar el menú, restaurante del que salía
casi despavorido al ver los desorbitantes precios que manejaba. Camine casi por
una hora hasta encontrar ese puesto de kebabs que si bien, ha sido el “Kebab
shop” más caro en el que he comido, también fue el lugar más económico que encontré
para mitigar mi hambre. Con esto no trato de asustar a alguien que quiera
visitar el país, simplemente le advierto a estar preparado de encontrarse con
precios desorbitantes y le invito a llevar latas de atún en la mochila que bien
hubieran sido de ayuda para mí en aquel momento con mi presupuesto. Con todo
esto, visitar Islandia definitivamente debe de estar en la lista de cosas que
uno tiene que hacer antes de morir.
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| Probablemente el kebab más caro del mundo |
Ya bien comido,
saque el mapa que me había dado la señora a la que le compre el boleto del
aeropuerto de Keflavik a Reikiavik. Rápidamente localice los puntos de la
ciudad que más ganas tenia de visitar. Estaba claro que tenía que ir a
Hallgrimskirkja, uno de los lugares más emblemáticos de la isla. Puse pies en pólvora
y caminé hacia donde según yo podía estar. Tarde 15 minutos en darme cuenta de
que estaba caminando en círculos. Traté de preguntar a los locales, pero al
parecer Islandia no es un país en el que muchos hablen inglés y mucho menos
español, bueno, eso pensé hasta que me topé con Héctor. Al verlo, por su
cabello oscuro y sus facciones, inmediatamente supe que al igual que yo era
latino. Héctor caminaba despreocupado sin el interés en todos los detalles que
nunca ocultamos los que somos foráneos, por lo que inmediatamente intuí que vivía
en la isla.
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| Margarita Velcheva y yo despues de 8 horas y media de vuelo |
-Disculpa, ¿me podrías
decir cómo llegar a este lugar? - le
pregunte en ingles al tiempo que apuntaba con mi dedo índice el lugar al que
deseaba llegar.
-Claro, te vas
todo derecho por esa calle, das vuelta a la derecha en dos esquinas y te vas
todos recto. – me respondió en inglés.
Inmediatamente
reconocí en su forma de hablar rastros de un acento procedente del español, así
que me aventuré a preguntarle ya en nuestro idioma.
- ¿De dónde
eres?
- ¿Así que
hablas español? – respondió Héctor con tono de asombro.
-Por supuesto,
es mi lengua madre. Soy de México ¿y tú?
-De Colombia
-Entonces, ¿Cómo
dices que llego a esa iglesia enorme con forma de punta de lanza?
-Es fácil, pero
deja voy a buscar mi bicicleta y te llevo.
Quince minutos
dure perdido, y menos de quince minutos fue lo que tardo Héctor en llevarme
hasta donde estaba Hallgrimskirkja en todo su esplendor. Definitivamente tenía
forma de lanza apuntando hacia el cielo gris, del mismo color de la estructura.
Hallgrimskirkja lucia fría e imponente, como desafiando al mar del norte que rodeaba
su colina donde la iglesia estaba asentada. Frente a ella había una estatua de
Leifr Ericsson y bajo ella un texto que rezaba: A Leifr Ericsson, hijo de
Islandia, descubridor de Vinland (Norte américa) Sin duda alguna, este letrero
fue el primero de muchas cosas que han cambiado mi idea y visión del mundo
durante este viaje. De pronto me di cuenta, que todo lo que sabía del mundo o creía
saber, estaba a punto de cambiar, lo más increíble es que en ese momento no tenía
idea de cuánto.
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| Estatua de Leifr Ericsson |










