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miércoles, 25 de enero de 2017

Roles de canela y Corn dogs






Después de recoger a Melanie en el aeropuerto de Cancún, decidimos buscar un lugar para quedarnos en la frontera de México con Belice. No encontramos donde hospedarnos y tuvimos que pasar la noche en un estacionamiento de Wal-Mart haciendo guardia para cuidar que no nos pasara nada. A decir verdad, tengo que dar crédito de esto a Carlos ya que él fue el que se mantuvo despierto casi toda la noche, mientras Melanie dormía en el asiento trasero, yo descansaba con la cabeza puesta en el volante.
La idea de pasar la noche en Chetumal era de levantarnos a primera hora para cruzar la frontera e ir directo a Belize City, una de las ciudades más grandes del país vecino, donde tomaríamos un ferry para llegar a la isla de Caye Caulker
A pesar de la mala noche y de tener todo el cuerpo magullado, no tuvimos problemas para estar a primeras horas de la mañana en la línea fronteriza.
Una regla que pusimos desde el principio cuando estábamos planeando el viaje, era que no debíamos de viajar de noche en carreteras de Centroamérica (Regla que estuvimos forzados a desobedecer en más de una ocasión durante el viaje) ya que ninguno de los tres conocíamos bien los caminos de Belice. No era mi primera vez en esa carretera, pero si la primera en que la manejaba, la vez anterior que habia ido a Belize City lo hice en autobus.
"El crew" en la carretera


- ¿Se dan cuenta el tipo de música que ponen en la radio? – Le pregunté a Carlos y Melanie mientras manejaba el aveo a través de una de las carreteras principales de dos carriles que atraviesan el país. Las estaciones de radio estaban prácticamente divididas en dos, al igual que el camino: las estaciones que transmitían reggae beliceño y las estaciones que transmitían musica o mensajes cristianos. Siempre he sido fan de la música popular de los lugares que visito, creo que esta le da la sazón necesaria para poder tener la experiencia completa de conocer una cultura nueva. La música también tiene el poder de llevarnos tiempo después, de vuelta a esos lugares que visitamos, por lo que es bueno memorizarla. El reggae beliceño no es la excepción, sus notas caribeñas, mezcladas con un fuerte acento de los cantantes entre inglés y vocablos africanos, sonidos de bajos y tambores lo hace algo totalmente único. Lo que hacia que no faltara mucho para que deseara parar el coche y bajarme a bailar. Pero el género más delicioso que tiene este país para ofrecer creo que es el Soca, poca música que he escuchado es más alegre y relajada, las melodías gritan: Caribe, en cada una de sus notas.

Teníamos un poco de prisa en llegar a Belize City, no queríamos tomar el ferry tarde y que no fuéramos capaces de encontrar un lugar donde hospedarnos en la isla. De todos modos, Melanie había sido precavida y nos había registrado en internet en un hostal llamado Dirty McNasty’s (efectivamente el nombre lo hacía un lugar mucho más atractivo) Pero no queríamos arriesgarnos.

El famoso Dirtys McNasty's y en la parte de atras el hostal donde nos hospedamos

Un paisaje selvático adorno la mayor parte de la carretera. Algunas praderas de pasto alto aparecían de vez en cuando en el paisaje como pequeños micro ecosistemas que llamaban mucho la atención. La carretera se extendía larga como una serpiente gris gigante que ondulaba hacia el horizonte; en algunos lugares los baches nos obligaban a reducir la velocidad drásticamente, pero aparte de eso no tuvimos ningún contratiempo en el camino. Los pueblitos que adornaban el camino eran una mezcla de arquitectura inglesa (Por la fuerte influencia que tuvieron los británicos en este país) y cultura africana, estaban pintados de todos los colores imaginables, pero me llamó poderosamente la atención de que el azul era uno de los colores que mayormente predominaban. En algunos postes de luz había propaganda política, pero me di cuenta que no abundan demasiado como se suele hacer en México para provocar contaminación visual. Esto fue en el área desde Corozal hasta Belize City, pasando por Orange Walk. 
En cuanto a la gente del país puedo decir que en mi opinión es la gente más feliz del mundo, son personas humildes que en su gran mayoría no tienen mucho, pero saben apreciar lo que la vida les da, al hablar con ellos uno se puede dar cuenta de lo orgullosos que están de su cultura, de su país, de ser beliceños y de que la reina de Inglaterra los visito una vez por ahí de los años 80 (Porque Belice fue una colonia inglesa) Si hablamos de razas podemos ubicar que casi un 60% por ciento de la población es afroamericana, un 15% son mestizos o indígenas, un 15% son hindús, otro 5% son asiáticos y un 5% por ciento más son gente blanca descendientes de los ingleses que llegaron a habitar esa zona. Fueron muchas las veces que tuvimos que pedir direcciones para poder llegar a Belize City por culpa de que nuestros GPS no funcionaba bien sin conexión a internet, y en cada una de esas ocasiones las personas que encontramos en nuestro camino, nos dirigieron amablemente hacia la ruta correcta que teníamos que seguir a nuestro destino.
Tardamos cerca de tres horas en llegar a Belize City. Esta ciudad es una urbe en crecimiento, pero sin mucho presupuesto para poder lograrlo, sin embargo, la gente es trabajadora y se ve afanada en lo que hace. Existen muchísimas tiendas dedicadas al comercio, la mayor parte de estas administradas por hindús. No es ningún secreto que una buena parte de la economía que mueve al país se basa en tres: el comercio de importaciones que llegan por mar y su posterior venta en la frontera mexicana con Chetumal (la cual llaman zona libre), el turismo de exploración y los casinos. Estas tres fuentes de ingreso repercuten enormemente en el paisaje y en la vida que lleva el país.
La parte de encontrar un lugar donde dejar el auto fue la primera proeza que tuvimos que lograr, al parecer todo el mundo quería dejar estacionado su auto cerca de la estación de ferris e ir a Caye Caulker o a la isla de San Pedro, esa misma isla en la que se inspiró Madonna para su canción “La isla bonita”. Después de un rato de búsqueda, decidimos dejarlo en un lote que nos recomendaron que no se veía de buena procedencia, aun así, decidimos dejarlo a la suerte, eso era parte de la aventura ¿No?
Caye Caulker

Mi isla bonita

El viaje en ferry se realiza en aproximadamente 45 minutos, tiempo que se antoja insuficiente para contemplar el Caribe en su esplendor. El azul turquesa de las aguas, adornado con los pequeños islotes llenos de palmeras tan altas que pareciera que intentan alcanzar un cielo casi tan azul como el mar, me hacían volar la imaginación e irme a esas historias de piratas que leía sentado en la parte trasera del auto en los largos viajes familiares cuando era niño; los colores que bailaban frente mi al ser tocados por los rayos del potente sol de Belice hacían que en mi cabeza recordara y tomará forma "la isla del tesoro" de Stevenson.

Ya con los pies puestos de nuevo en la tierra (O más bien en la arena) nos dirigimos al hostal que Melanie había elegido, era mi primera vez hospedándome en un lugar de este tipo, los nervios se mezclaban con fascinación. Nervios por todos los mitos que uno escucha sobre estos lugares, entre los cuales se encuentra que son lugares sucios, en el que todo mundo comparte el baño, que te roban tus cosas e incluso que te secuestran para robarte los órganos y venderlos como sucedió en la película de hostal. Bueno, déjenme decirle que la mayoría de estos mitos no son ciertos; si compartes baño y también tengo que decir que no son hoteles de cinco estrellas por lo que a la limpieza se refiere. Aunque se puede decir que son un excelente lugar para conocer a gente de todo el mundo y hacer amistades que quizá duren o recuerdes por el resto de tu vida. Por lo que, en resumen, quedarse en un hostal vale toda la pena del mundo.


El paraiso de Caye Caulker



-Ustedes tranquilos, yo les voy a enseñar cómo sobrevivir en este tipo de lugares. – Nos dijo Melanie con el tono más tranquilo del mundo, quizá adivinando nuestros pensamientos por las caras que poníamos. – He aprendido bien en los últimos años como hacerlo, en especial en China.
-Bueno, somos tuyos Mel, estamos en tus manos. – Le respondí.
-El truco está en aprovechar todas las cosas gratis que te da el hostal. -Su tono era el mismo que usaría cualquier catedrático al impartir una clase. -En especial las actividades, algunos tienen kayaks, bicicletas, paddle boats entre otras cosas, pero más importante aún, hay que aprovechar el desayuno que te dan y rellenar de agua nuestras botellas todas las veces que podamos. – El truco de rellenar agua cada vez que es gratis es súper importante para todo el que quiera empezar una vida de mochilero.

Los kayaks, una mezcladora de cemento y una lancha junto al manglar



Después de registrarnos, no tardamos mucho tiempo en hacer amigos, unas chicas de Israel fueron las primeras en dirigirnos la palabra, una de ellas fue la que tomo esta foto:

Buena foto ¿No?

Tampoco tardamos mucho tiempo en conocer a nuestras compañeras de cuarto, dos holandesas que habían estado viajando por el mundo y que ya eran veteranas. Al parecer todo el mundo ya tenía bastante experiencia viajando de esa manera con excepción de Carlos y yo, los dos únicos mexicanos. ¿Coincidencia que fuéramos los únicos que jamás habían viajado de mochileros? Pienso que no, en nuestro país tienen mucho miedo de viajar de esta manera a otros países, eso es algo de lo que me he dado cuenta en mis últimos viajes. No sabría dar una razón para justificar esto, pero definitivamente es un hecho, incluso hubo un tiempo en el que estuve saliendo con una chica francesa que me dijo. -Ustedes son exóticos.
- ¿Exóticos? ¿A qué te refieres?
-Pues no sé, - Se encogió de hombros. -no es común verlos en otros lugares a ustedes los mexicanos y cuando llegan por ejemplo a Francia, solo andan con los suyos, en vez de mezclarse con la cultura local y conocerla.
Tengo que admitir que tenía razón y que cuando estamos en otro país, solo queremos convivir con mexicanos, ¿Por qué no nos gusta salir de nuestra zona de confort? Desde que descubrí esto, me di cuenta que la manera en la que crezco más rápido es conviviendo con gente de diferentes culturas y estando fuera de mi zona de confort la mayor parte del tiempo posible.

Aguas que hipnotizan

Tengo una recomendación para cualquiera que visite la isla de Caye Caulker: coman Cinammon rolls (Roles de canela), casi puedo asegurar que son los mejores del mundo. La mayor parte de nuestro presupuesto destinado a la comida de la isla se fue en este delicioso pan, por lo que tuvimos que comer el resto del tiempo que estuvimos ahí Corn dogs y sopa Maruchan que aun así era una incomodidad mínima en comparación con sentir la arena blanca como talco en las plantas de los pies mientras escuchábamos un discurso del hijo de moisés, al cual presento a continuación.
El hijo de moises, shushi y mi panza

El hijo de moisés y sushi (Su perro) nos entretuvieron la tarde con algunas de las charlas más amenas que hayamos tenido. El hombre perteneciente a una religión proveniente de Etiopía llamada “rastafarismo” aseguraba ser el hijo de moisés, lo cual no estaba tan equivocado tomando en cuenta los preceptos de su religión en el que ellos aseguran ser judíos de piel negra debido al pasaje de Reyes en la biblia en la que se explica que la reina de Etiopía visitó al Rey David, ellos aseguran que la reina de Etiopía mantuvo relaciones sexuales con el rey David, dando origen a una raza judía de color negra. La verdad es una religión bastante interesante con unos preceptos que a mi parecer son buenos, aquí dejo una pequeña tabla que explica su filosofía.

Filosofía y creencias rastafaris


Además, su religion les permite usar rastas: DOPE!



Como dato cultural, Bob Marley pertenecía a esta religión.
Pocas cosas son tan buenas como pasar toda la tarde en la playa, pocas cosas purifican tanto el alma, pero aún mejor es pasa la tarde en la playa de Caye Caulker, en definitiva, uno de mis lugares favoritos del mundo. ¿Habían visto alguna vez un atardecer morado?

#nonfilterneeded #sinphotoshop

Después de darle la vuelta como tres veces a la isla (Es chiquita) y comprar un candado para guardar nuestras pertenencias en un cajón que te asignan en el hostal (Un buen Tip es siempre llevar un candado durante los viajes largos, bastante útil)
La noche llegó y con ella todas las luces artificiales que la acompañan. Los diferentes ritmos de música que ambientaban los restaurantes y clubes nocturnos de la isla se mezclaban de manera extraña con los olores de puerco con arroz, de pollo con frijoles o de langostas y pescados asados en asadores improvisados con la esperanza de atraer turistas a los restaurantitos de mil colores, la mayoría de estos construidos de madera con las paredes pintadas de colores chillones como morado, rosa, verde o azul. El aire de la playa soplaba tranquilo, secandonos el sudor que producía el bochorno de tanta agua concentrada en un lugar. Los lugareños salían a sentarse en las escaleras de sus casas, acostumbrados al constante bombardeo de turistas extranjeros, ni siquiera nos prestaron atención.
Mmmmh Cinammon rolls

- ¿Quieren ir a un club? – Era obvio que tenía ganas de disfrutar la vida nocturna del lugar, no había manejado tantas horas para quedarme solamente en el hostal.
El club que escogimos se llama Bamboozi, el edificio era alargado con una entrada que daba a la playa y otra que daba a la avenida principal, la calle estaba sin pavimentar, con arena aplastada de tanto pisarse a manera de asfalto. El lugar era acogedor, una banda local tocaba rock en vivo, no era el reggae o soca que uno hubiera esperado, pero no estaba mal. A diferencia de la mayoría de clubs en México, aquí no importaba tanto como ibas vestido, nadie usaba camisa, ni pantalón, ni se preocupaban por si estaban bien peinados o por los zapatos de moda; la mayoría vestía un short y una camiseta, las mujeres llevaban vestidos sencillos con estampados floreados bastante acordes a la playa, nada de esos vestidos de cóctel apretados que se acostumbran a ver en las grandes ciudades. En verdad todo era más auténtico, la gente se preocupaba más por quien eras y de donde venias que por tu estatus económico o tu apariencia. Esa noche estábamos reunidos bajo un mismo techo gente de Dinamarca, Israel, Estados Unidos, Holanda, Alemania, Argentina, Nigeria, México (Solo Carlos y yo) Chile, Brasil, gente de algunos países árabes y otros, sin importarnos los problemas políticos o racistas de nuestras respectivas naciones, todos teníamos un mismo objetivo, conocernos, sumergimos en la cultura y divertirnos. En ese momento empecé a enamorarme de lo bello que era la vida sencilla, la vida más enfocada en la calidad del humano que en el costo de sus ropas.
Esa primera noche de mi viaje tuve el deseo de que ese road trip nunca acabara, de que pudiera vivir por siempre así, sin regresar a la monotonía y a los problemas enfocados en solo enriquecerme monetariamente sin enriquecer mi espíritu. Esa noche fue la primera en la que empezaba a comprender la belleza de la vida sencilla.





jueves, 19 de enero de 2017

Para los que nos duele algo






Para ti, para mí, para todos los humanos; pero en especial para todos los mexicanos.
-Comete todo. – Me decía mi madre. Como también seguramente también les decían a muchos. Frase que estábamos acostumbrados a escuchar cuando éramos niños.
-No quiero mamá. ¡Pica! ya estoy enchilado. – Le respondieron la mayoría que al igual que yo fuimos criados en un hogar mexicano mientras veíamos el plato con chicharrón en salsa verde humeando frente a nuestros ojos. Podíamos tener incluso los labios al rojo vivo. Sintiendo un dolor que en esas ocasiones era todo menos placentero. Aun así a nuestra madre le importaba poco, ya que era parte de nuestra educación.
-Te comes todas esas mugres que venden en la tiendita y esas no te pican ¿Verdad? – Esta era la forma en la que te respondía tu madre, respuesta que, por su tono de voz, no admitía discusión.
Este es un ejemplo de cómo en nuestra cultura, desde pequeños se nos enseñó a aguantar el dolor. Incluso se nos enseñó que, con el tiempo, una situación de dolor la podíamos convertir en algo placentero, se nos daba la oportunidad de que con el dolor podíamos volver nuestra comida deliciosa. Se nos enseñó a aguantar, a soportar y agradecer por lo que tenemos. Con el tiempo también aprendimos que en la vida había dolores que causaban de todo, menos satisfacción.
Hubo un momento en el que los dolores dejaron de ser raspones o simples golpes que nos dábamos al jugar. Llegó la adolescencia y nos dimos cuenta lo doloroso que podía llegar a ser un rechazo o un rompimiento amoroso. Desde ese punto en adelante supimos que los dolores solo iban a acabar con el día de nuestra muerte, o por lo menos eso nos prometieron.

Diane Arbus / Crying baby, New Jersey


Un día nos despertamos y comprendimos que la economía de nuestro país estaba por los suelos, que la gasolina tenía un precio que se elevaba por los cielos, que nuestra moneda perdía valor y que incluso nuestros gobernantes se burlaban de nosotros subiéndose los sueldos en tiempos de crisis, el amarillismo no faltaba en los medios de comunicación y la violencia se había vuelto el pan nuestro de cada día. Entendimos que nuestros líderes habían mancillado nuestro orgullo y se habían reído de nuestra necesidad. Un día nos dimos cuenta que, por el hecho de haber nacido en un punto específico del mapa geográfico, nuestros sueños eran aún más difíciles de alcanzar que para personas que nacieron en países como Estados Unidos, Alemania o Japón. Por culpa de estas y otras barreras, nos dimos cuenta, que, aun naciendo con el talento, por el simple hecho de haber nacido en México, se nos ponía más difícil. No es ningún secreto el poco interés y apoyo que se muestra por parte de nuestros líderes a nuestros atletas en las olimpiadas, o a la poca difusión que se le da a los científicos, matemáticos o escritores mexicanos que logran algo importante en el extranjero. Pero no digo que todo sea ignorado en nuestro país, nos tienen embobados con programas de mala calidad en el que te venden la idea de que la mediocridad está bien mientras uno sea feliz, o que ser maleante, con muchas mujeres, autos lujosos y usar la violencia como estandarte es una forma de vida aceptable, cuando no es así. Todo esto duele, y desgraciadamente nos hemos acostumbrado a ello e incluso lo hemos vuelto algo placentero.
Así como veo las cosas, podemos tomar al dolor de dos maneras. La primera es que nos conformemos y aprendamos a amarlo como amamos al picante, o la segunda es que lo volvamos un detonante, una inspiración, nuestro combustible para salir adelante.
El dolor concibe. Con dolor venimos al mundo y con dolor podemos seguir adelante en él. Cualquiera que allá ido al gimnasio alguna vez, sabrá que, si no hay dolor no hay beneficios, varios ejemplos en la historia nos lo han demostrado. Diane Arbus no se hubiera hecho famosa si no hubiera encontrado la belleza que existe en el dolor, Diane tomaba fotos de personas que habían sido rechazadas por la sociedad, como enanos, travestis y prostitutas. Nos demostró por medio de su trabajo que ellos también son personas que aman, que sienten y que como nosotros; sienten dolor. Van Gogh no hubiera encontrado inspiración para muchas de sus obras más famosas si no hubiera tenido decepciones en su vida. Incluso, su biografía hubiera carecido de sabor si no se hubiera arrancado la oreja en un arranque de locura por culpa del dolor que le causó un amor mal correspondido. Quizá la vida de Hernán Cortez no hubiera sido tan recordada si todo hubieran sido victorias y miel sobre hojuelas, no hubiéramos tenido uno de los episodios más notables de nuestra historia sin la “Noche triste” en la que Cortez lloró debajo de un ahuehuete en lo que actualmente hoy es la Ciudad de México. El dolor lo podemos transformar en musa, todo está en la forma que lo veamos.
Culturalmente, siempre nos hemos dicho a nosotros mismos que otros son los que deben de hacer el cambio, los que nos deben de solucionar la vida, frases como: “Si soy pobre es culpa del gobierno”. No sé de culpables porque no soy juez, pero si se por simple lógica que si nacimos pobres no es culpa de uno, pero si morimos pobres y sin haber hecho nada al respecto definitivamente somos culpables.
Me duele que México no alcance el potencial que merece y al que estamos destinados como pueblo, me duele que no seamos el país que merece nuestra bella raza de bronce. Pero no voy a permitir que ese dolor se vuelva placentero en mí. Que ese dolor se vuelva parte de mi vida. He decidido cambiar como ciudadano, he tomado la decisión de no tranzar para avanzar, respetar las vialidades, ser más cívico, estudiar, informarme, no tirar basura en la calle, obedecer las reglas, respetar, dejar de culpar y ocuparme. He decidido que quiero un México mejor para mí y para las futuras generaciones que vienen. Un México en el que no necesitamos de países como Estados Unidos para sobrevivir, en el que no vamos a permitir que un “extraño enemigo” nos pisotee y nos llame violadores. Ese es el México con el que sueño, el México que merecemos. Sé que el cambio empieza conmigo.
Definitivamente no tengo el México que quiero, el primer paso es dejar de mentirnos. Y eso duele.
Es hora de dejar de delegar responsabilidades. Dejar el “Si Dios quiere” por el “Porque quiero” y “por qué puedo” a la hora de hacer las cosas. Aun si Dios y nuestros líderes no están dispuestos a escuchar nuestras plegarias para sacarnos adelante, nos quedan las fuerzas de nuestros músculos, de nuestras piernas, de nuestros brazos y de nuestros hombros para lograr lo que deseamos, el México que queremos.
Si se nos cierra una puerta, aun podemos buscar otra, patearla e incluso abrir un boquete en la pared contigua, pero detenerse no es una opción.
Sí, tenemos una cultura de dolor, pero esa es nuestra gran ventaja. Aun contra todo pronóstico, somos un país de oportunidades, el país donde todo se puede y no por la corrupción como comúnmente estamos acostumbrados a señalarlo. Somos el país de las oportunidades porque como mexicanos no nos falta el ingenio, no nos faltan recursos, solo nos faltan las ganas.

El dolor es bueno porque es el encargado de avisar al cuerpo de que algo está mal y tenemos que arreglarlo inmediatamente. ¿Hay algo que nos duela que tengamos que arreglar en nuestro México?

jueves, 12 de enero de 2017

Mallenie



Blog: Aprendiendo a vivir
Por: Elier Gamboa

Mallenie


Un par de ojos color miel me miraban abiertos de par en par; expresivos. Mientras contaba una de mis ya tan acostumbradas historias. Muchas cosas habían pasado antes de que tuviéramos la oportunidad de estar sentados frente a frente en la isla de Flores poniéndonos al corriente de lo que había sido de nuestras vidas en los últimos meses.
- ¿Quién eres? – Me preguntó como por treceava vez Melanie Vincent, a la que más adelante bautice como Mallenie por culpa de un amigo asiático de ella que no supo escribir bien su nombre en un comentario de Facebook. Esa pregunta no era el simple “¿Quién eres?” que preguntarías a alguien que no conoces, era algo más profundo, algo filosófico con lo que daba a entender que no me creía del todo lo que le estaba contando.
Su pelo negro ondeaba con la brisa del inmenso lago que nos rodeaba en la pequeña pero colorida isla. Su piel blanca casi reflejaba la luz de las farolas que se erguían como centinelas alrededor del boulevard que rodeaba el pequeño poblado. La noche era tranquila y en algunos clubes cercanos a nosotros sonaba música salsa para agregarle un poco de sabor a la noche, algunas personas bailaban al son de “No le pegue a la negra” pero no muchas. Aun así, la noche era agradable, no había mosquitos y los lugareños saludaban al pasar con una sonrisa enorme de oreja a oreja.
-Elier Gamboa. – Le dije, como habitualmente solía responder cada vez que ella hacia esta pregunta. Siempre de esta manera, porque la verdad no sabía que era lo que tenía que responder o como tenía que impresionar a alguien que en comparación conmigo tenía una vida llena de aventuras.
Unos meses antes Melanie había dejado los Estados Unidos y había explorado las grandes extensiones territoriales de China, Indonesia e incluso había enseñado ingles a niños en un pueblito del estado mexicano de Hidalgo ahora estaba en Guatemala con nosotros. La vida de Melanie Vincent era un millón de veces más interesante que la mía y que la de la mayoría de personas, aun así se tomaba la molestia de escucharme, mirarme con asombro y preguntar: ¿Quién eres?
Carlos descansaba del maratón de manejo que nos habíamos aventado en los últimos días para poder llegar ahí, decidió quedarse en el hostal. Melanie y yo sentíamos el mismo cansancio, pero nuestra necesidad de aventura combinada con la curiosidad de estar en un lugar completamente nuevo, pudo más que nosotros. Teníamos que ver lo que Guatemala era capaz de ofrecer bajo el resguardo de la noche.

Elier, Carlos y Melanie


- ¿Puedes creer que estamos aquí? – Me preguntó Melanie mientras escuchábamos el agua que golpeaba las piedras de la costa suavemente.
-Es increíble, ¿No crees? – Fue todo lo que dije. Millones de cosas pasaban en mi mente durante ese instante, en especial mi meta de aprender a vivir, lo verdaderamente complicado que fue llegar hasta ahí y completar mi recuperación para tener permiso del doctor para salir de viaje.
Y hablando de pensamiento: en su libro “El ocaso de los dioses; o como filosofar a martillazos” Friedrich Nietzsche nos invita a reflexionar sobre el pensamiento. Él nos asegura que a pesar de que todos nacemos creyendo que pensamos, esto no es así. Al igual que uno aprende a tocar un instrumento o a jugar algún deporte, es necesario que aprendamos a pensar. Muchos mueren pensando que pensaron (Valga lo redundante del comentario) pero nada más lejos de la realidad. En base a esto, me hago las preguntas ¿También es necesario aprender a vivir? ¿O simplemente basta con respirar, comer, reproducirse y morir?
Parte de aprender a vivir es aceptarse a uno mismo como lo que es. Al principio, me costaba mucho trabajo aceptar frente a mis amistades que era diabético, a pesar de que creía que “el qué dirán” no me importaba me pesaba el pensar que pudieran preguntarse con sentimiento de empatía ¿Por qué no se cuidó? o que de alguna manera me juzgaran. Mucho tuvo que pasar antes de darme cuenta que los que te critican el problema es de ellos y no tuyo, y más importante aún, uno tiene que aprender a vivir queriéndose a uno mismo tal como es, en esto la clave de la felicidad.
Cancún, Chetumal, Corozal, Orange County, Belize City, Caye Caulker, Belmopán, Tikal, Peten, Flores, Cobán, Ciudad de Guatemala, Antigua, Puerto Barrios, estos fueron algunos de los lugares que tuve la oportunidad de ver por mí mismo en el que hasta ahora ha sido el mejor viaje de carretera que he tenido en mi vida. Viaje que nos llevó de México a Guatemala pasando por Belice. La idea original era llegar a Costa Rica en nuestro primer intento de conquistar Centro América, pero diferentes percances que tuvimos en la carretera y en el camino, nos impidieron cumplir el sueño, problemas que lo único que hicieron fue hacer el viaje aún más memorable, esto solo me hace recordar las palabras que un día me enseño mi padre:
Nuestra meta es la prioridad, pero debemos de volver el camino la mejor parte de nuestro viaje.

En mis siguientes post hablare sobre el camino a Antigua que fue nuestro último destino. Si esto es aprender a vivir, definitivamente quiero más.

domingo, 8 de enero de 2017

Mirando la muerte a los ojos



Blog: Aprendiendo a vivir
Por Elier Gamboa

"Era un objeto esperando a ser ceniza, un dia decidí hacerle caso a la brisa". 
Rene Perez Joglar


Me desperté con la garganta seca, seguramente la vez que he sentido más sed en toda mi vida. Al abrir los ojos me dí cuenta que mi visión había disminuido considerablemente, sabía que algo no estaba bien. Los días que siguieron a esta situación no fueron mejores; no había líquido que pudiera apagar mi sed y al beber tanto, lo único que había conseguido eran unas ganas incontenibles de orinar. La nariz me sangraba casi todo el tiempo y sentía las pulsaciones de mi propio corazón taladrándome el pecho y el cuello. El mal aliento que salía de mi boca combinado con un calor excesivo que no podía calmar ni bañándome con agua helada me hicieron cuestionar mi estado de salud.
Definitivamente no fue sencillo tomar la decisión de ir al doctor por mí mismo. Aun así, todos los síntomas que estaba teniendo me daban a pensar que podía estar pasando por algún problema de salud grave, todos estos eran foquitos de alerta que se prendían por parte de mi cuerpo para pedir ayuda.
- ¿Se ha tomado los niveles de azúcar recientemente? – Me preguntó el doctor Peniche, un hombre blanco de edad entre los 30 a 35 años no más, con la barba medio rojiza y un rostro un tanto expresivo
-No, a decir verdad, fui hace unos días a hacerme un chequeo en un consultorio económico porque me preocupaban los síntomas que estoy pasando. – Conteste tratando de mantener el semblante lo más inexpresivo posible, no podía permitir que este viera que tenía miedo. – Pero me dijeron que lo único que tenía era una gastritis, me dieron unos cuantos medicamentos y me dijeron que no me preocupara. – Acto seguido extendí mi mano hacia él y le di la receta que me había dado el doctor anterior.
-Bien, puede pasar a la camilla, vamos a checarle el azúcar.
- ¿Puedo pasar a su baño antes de hacerlo? – Fue mi respuesta. La verdad es que tenía miedo; frase que en aquel momento me costaba mucho aceptar. Y había muchas razones para tenerlo, la aguja con la que me iban a sacar sangre, la respuesta de que podía tener diabetes y toda mi vida iba a cambiar. En realidad, sentía un miedo bastante humano ¿Y si estoy enfermo? Pensé.
Pase al baño del consultorio. Recuerdo bien que era un lugar sumamente pequeño. Orine. Quizá era la vez número 15 que pasaba al baño ese día a pesar de que apenas eran las once de la mañana. Para prolongar mi agonía y el tiempo de ir hacia mi verdugo, me lave las manos a conciencia como nunca lo había hecho en mi vida, cualquiera que me hubiera visto en ese momento habría pensado que estaba a punto de realizar una cirugía a alguien por la manera en la que frotaba mis manos con jabon..
Finalmente, tomé aire y salí del pequeño cubículo al que ellos llamaban baño. El doctor Peniche ya me estaba esperando junto a la camilla que tenía en su consultorio.
Cuidadosamente puso una bandita en el aparato que sirve para medir la glucosa en la sangre y me pidió que extendiera uno de mis dedos hacia él. Traté de no mirar, pero la curiosidad pudo más que yo. Sentí como puso un aparato al que más adelante supe que llamaban pluma seguido de un pequeño pinchazo; la sangre salió lenta y se juntó en una pequeña gota en la yema de mi dedo. La verdad es que no dolió mucho. Peniche acerco el medidor con la bandita a mi sangre y esta la absorbió, el aparato pensó un poco y un pequeño pitido nos anunció que el análisis estaba listo.
- ¡Dios mío! – Fueron las palabras del doctor, acentuadas con una cara de asombro que en vez de ayudarme hizo que me espantara aún más de lo que ya estaba. - ¿No te sientes peor de lo que me dices? – Preguntó con extrañeza al verme sentado tratando de mantener la compostura.
-Pues no me siento tan mal, el principal problema que tengo es el exceso de sed que tengo y el mal aliento que me cargo. – Le dije.
-Tenemos que ingresarte, tienes más de 600 de glucosa en la sangre, un hombre común hubiera entrado en coma a los 300 de glucosa. – En ese momento de la historia, me era difícil digerir la noticia y al parecer, el doctor Peniche estaba mucho más asustado que yo, eso no quiere decir que yo no lo estaba.
- ¿Qué me van a hacer? – Pregunte.
-Probablemente te tengamos que poner un catéter en el cuello y tendremos que bajarte esos niveles hasta que te estabilices. – Me dijo. La parte de poner algo en mi cuello no me gustaba para nada.
- ¿Eso significa que soy diabético?
- Todavía no lo sabemos, pero lo más probable es que sí.
Salimos juntos del consultorio y nos dirigimos al área de cuidados intensivos.
- ¿Seguro que no quieres que te pida una camilla? – Me preguntó Peniche asombrado al ver que podía caminar sin ningún problema.
-Estoy bien, gracias. – Le dije de manera cortante.
 Ya en el área de cuidados intensivos, me desnudaron y me pusieron una bata, me picaron por todos lados, me pusieron insulina y unas cuantas cosas más que no se decir para que eran, cada determinado tiempo venia una enfermera a pedirme que llenara un frasquito con orina para mis estudios, cosa que no era ningún problema al tener tantas ganas de ir al baño. Nunca había visto a mi madre y mi abuela tan preocupadas, mi padre bromeaba conmigo también y parecía fuerte, pero después me entere por parte de mi madre que también estaba preocupado. Pasaron unas cuantas horas antes de que me asignaran una habitación y cinco días más para que me dieran de alta de ese lugar al que llegue a odiar como nada en esta vida.
Por suerte para mí, nunca me llegaron a poner el catéter en el cuello, pero aun así las noticias malas estaban por llegar: tenia diabetes. Lo único que faltaba decidir era cuál tipo de diabetes tenia. El no conocer casi nada de esta enfermedad y el saber que cargaría con esto por el resto de mis días, me desmoralizo hasta el suelo.
Después de muchos días de estar acostado en la cama con una aguja en la vena y siendo despertado durante la noche para ser inyectado cada media hora con insulina y pinchado con la pluma para revisar mi sangre, se determinó que no necesitaba inyectarme insulina todos los días por el resto de mi vida, solamente un tiempo en lo que se me anivelaban los niveles de la sangre.
Los cinco días que estuve ahí, fueron tiempo suficiente para replantearme toda mi vida, la soledad de la noche y el silencio que infundían esa habitación de hospital fueron la inspiración perfecta para darme cuenta de algo: Tenía que hacer cambios en mi vida.
Pero no solo cambios en mis hábitos alimenticios y en el ejercicio que hacía a diario. Tenía mucho trabajo que hacer, tenía que plantearme si en verdad quería pasar el resto de mi vida sentado de frente a una computadora en una oficina, era obvio que tenía que ver si realmente quería vivir de lo que estaba estudiando e incluso la ideología que se me había enseñado toda mi vida de seguir el camino de todos: Casarme, terminar una carrera, continuar con mi negocio, ganar algún dinero, viajar de vez en cuando y si me quedaba algo de energía cuando fuera viejo, ahora si dedicarme a hacer lo que en verdad amaba. ¿Pero que amaba? En mi caso la respuesta era clara, quería dedicarme a escribir y deseaba viajar, más que nada en este mundo.
Durante esas noches la muerte me miro a los ojos y la vida me pregunto: ¿En verdad quieres desperdiciarme?
A pesar de que había viajado un poco e incluso había hecho algunas locuras, me dí cuenta que en realidad jamás había vivido, cosa que me dolió en lo más profundo de mi alma. Entonces, caí en cuenta que para empezar a vivir tenía que hacer lo siguiente: Dejar atrás las cadenas que me ataban a mi vida anterior, olvidar antiguos amores y decepciones, y más importante aún, enfrentarme a mis mayores miedos, entre ellos estaba salir de mi zona de confort.
Si no aprovechaba para hacer lo que quisiera en ese momento de mi vida que era joven, no lo iba a hacer nunca, así fue como en un cuartito de hospital me decidí a dejar todo para empezar a viajar y escribir, mis dos grandes amores.
Es por eso que escribo este blog, a modo de fe de errata, fe de que me había equivocado la mayor parte de mi vida y que en cualquier momento la muerte podría venir a reclamar mis huesos y llevarme con ella al lugar donde no se puede hacer nada más, es así como inició este blog, es así como estoy aprendiendo a vivir.
Solo puedo decir algo más que aprendí durante los siguientes seis meses que siguieron al hospital y que escribo en un Subway en algún lugar lejos de mi hermosa ciudad Mérida y de mi hermoso país: La vida es maravillosa.




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