Blog: Aprendiendo a vivir
Por
Elier Gamboa
"Era un objeto esperando a ser ceniza, un dia decidí hacerle caso a la brisa".
Rene Perez Joglar
Me desperté con
la garganta seca, seguramente la vez que he sentido más sed en toda mi vida. Al
abrir los ojos me dí cuenta que mi visión había disminuido considerablemente, sabía
que algo no estaba bien. Los días que siguieron a esta situación no fueron
mejores; no había líquido que pudiera apagar mi sed y al beber tanto, lo único que
había conseguido eran unas ganas incontenibles de orinar. La nariz me sangraba
casi todo el tiempo y sentía las pulsaciones de mi propio corazón taladrándome el
pecho y el cuello. El mal aliento que salía de mi boca combinado con un calor
excesivo que no podía calmar ni bañándome con agua helada me hicieron cuestionar
mi estado de salud.
Definitivamente no
fue sencillo tomar la decisión de ir al doctor por mí mismo. Aun así, todos los
síntomas que estaba teniendo me daban a pensar que podía estar pasando por algún
problema de salud grave, todos estos eran foquitos de alerta que se prendían por
parte de mi cuerpo para pedir ayuda.
- ¿Se ha tomado
los niveles de azúcar recientemente? – Me preguntó el doctor Peniche, un hombre
blanco de edad entre los 30 a 35 años no más, con la barba medio rojiza y un
rostro un tanto expresivo
-No, a decir verdad,
fui hace unos días a hacerme un chequeo en un consultorio económico porque me
preocupaban los síntomas que estoy pasando. – Conteste tratando de mantener el
semblante lo más inexpresivo posible, no podía permitir que este viera que tenía
miedo. – Pero me dijeron que lo único que tenía era una gastritis, me dieron
unos cuantos medicamentos y me dijeron que no me preocupara. – Acto seguido
extendí mi mano hacia él y le di la receta que me había dado el doctor anterior.
-Bien, puede
pasar a la camilla, vamos a checarle el azúcar.
- ¿Puedo pasar a
su baño antes de hacerlo? – Fue mi respuesta. La verdad es que tenía miedo;
frase que en aquel momento me costaba mucho aceptar. Y había muchas razones
para tenerlo, la aguja con la que me iban a sacar sangre, la respuesta de que podía
tener diabetes y toda mi vida iba a cambiar. En realidad, sentía un miedo
bastante humano ¿Y si estoy enfermo? Pensé.
Pase al baño del
consultorio. Recuerdo bien que era un lugar sumamente pequeño. Orine. Quizá era
la vez número 15 que pasaba al baño ese día a pesar de que apenas eran las once
de la mañana. Para prolongar mi agonía y el tiempo de ir hacia mi verdugo, me
lave las manos a conciencia como nunca lo había hecho en mi vida, cualquiera
que me hubiera visto en ese momento habría pensado que estaba a punto de
realizar una cirugía a alguien por la manera en la que frotaba mis manos con
jabon..
Finalmente, tomé
aire y salí del pequeño cubículo al que ellos llamaban baño. El doctor Peniche ya
me estaba esperando junto a la camilla que tenía en su consultorio.
Cuidadosamente
puso una bandita en el aparato que sirve para medir la glucosa en la sangre y
me pidió que extendiera uno de mis dedos hacia él. Traté de no mirar, pero la
curiosidad pudo más que yo. Sentí como puso un aparato al que más adelante supe
que llamaban pluma seguido de un pequeño pinchazo; la sangre salió lenta y se juntó
en una pequeña gota en la yema de mi dedo. La verdad es que no dolió mucho.
Peniche acerco el medidor con la bandita a mi sangre y esta la absorbió, el
aparato pensó un poco y un pequeño pitido nos anunció que el análisis estaba
listo.
- ¡Dios mío! –
Fueron las palabras del doctor, acentuadas con una cara de asombro que en vez
de ayudarme hizo que me espantara aún más de lo que ya estaba. - ¿No te sientes
peor de lo que me dices? – Preguntó con extrañeza al verme sentado tratando de
mantener la compostura.
-Pues no me
siento tan mal, el principal problema que tengo es el exceso de sed que tengo y
el mal aliento que me cargo. – Le dije.
-Tenemos que
ingresarte, tienes más de 600 de glucosa en la sangre, un hombre común hubiera
entrado en coma a los 300 de glucosa. – En ese momento de la historia, me era difícil
digerir la noticia y al parecer, el doctor Peniche estaba mucho más asustado
que yo, eso no quiere decir que yo no lo estaba.
- ¿Qué me van a
hacer? – Pregunte.
-Probablemente
te tengamos que poner un catéter en el cuello y tendremos que bajarte esos
niveles hasta que te estabilices. – Me dijo. La parte de poner algo en mi
cuello no me gustaba para nada.
- ¿Eso significa
que soy diabético?
- Todavía no lo
sabemos, pero lo más probable es que sí.
Salimos juntos
del consultorio y nos dirigimos al área de cuidados intensivos.
- ¿Seguro que no
quieres que te pida una camilla? – Me preguntó Peniche asombrado al ver que podía
caminar sin ningún problema.
-Estoy bien,
gracias. – Le dije de manera cortante.
Ya en el área de cuidados intensivos, me
desnudaron y me pusieron una bata, me picaron por todos lados, me pusieron
insulina y unas cuantas cosas más que no se decir para que eran, cada
determinado tiempo venia una enfermera a pedirme que llenara un frasquito con
orina para mis estudios, cosa que no era ningún problema al tener tantas ganas
de ir al baño. Nunca había visto a mi madre y mi abuela tan preocupadas, mi
padre bromeaba conmigo también y parecía fuerte, pero después me entere por
parte de mi madre que también estaba preocupado. Pasaron unas cuantas horas
antes de que me asignaran una habitación y cinco días más para que me dieran de
alta de ese lugar al que llegue a odiar como nada en esta vida.
Por suerte para mí,
nunca me llegaron a poner el catéter en el cuello, pero aun así las noticias
malas estaban por llegar: tenia diabetes. Lo único que faltaba decidir era cuál
tipo de diabetes tenia. El no conocer casi nada de esta enfermedad y el saber
que cargaría con esto por el resto de mis días, me desmoralizo hasta el suelo.
Después de
muchos días de estar acostado en la cama con una aguja en la vena y siendo
despertado durante la noche para ser inyectado cada media hora con insulina y
pinchado con la pluma para revisar mi sangre, se determinó que no necesitaba
inyectarme insulina todos los días por el resto de mi vida, solamente un tiempo
en lo que se me anivelaban los niveles de la sangre.
Los cinco días
que estuve ahí, fueron tiempo suficiente para replantearme toda mi vida, la
soledad de la noche y el silencio que infundían esa habitación de hospital
fueron la inspiración perfecta para darme cuenta de algo: Tenía que hacer
cambios en mi vida.
Pero no solo
cambios en mis hábitos alimenticios y en el ejercicio que hacía a diario. Tenía
mucho trabajo que hacer, tenía que plantearme si en verdad quería pasar el
resto de mi vida sentado de frente a una computadora en una oficina, era obvio
que tenía que ver si realmente quería vivir de lo que estaba estudiando e
incluso la ideología que se me había enseñado toda mi vida de seguir el camino
de todos: Casarme, terminar una carrera, continuar con mi negocio, ganar algún
dinero, viajar de vez en cuando y si me quedaba algo de energía cuando fuera
viejo, ahora si dedicarme a hacer lo que en verdad amaba. ¿Pero que amaba? En
mi caso la respuesta era clara, quería dedicarme a escribir y deseaba viajar,
más que nada en este mundo.
Durante esas
noches la muerte me miro a los ojos y la vida me pregunto: ¿En verdad quieres
desperdiciarme?
A pesar de que había
viajado un poco e incluso había hecho algunas locuras, me dí cuenta que en
realidad jamás había vivido, cosa que me dolió en lo más profundo de mi alma.
Entonces, caí en cuenta que para empezar a vivir tenía que hacer lo siguiente:
Dejar atrás las cadenas que me ataban a mi vida anterior, olvidar antiguos
amores y decepciones, y más importante aún, enfrentarme a mis mayores miedos,
entre ellos estaba salir de mi zona de confort.
Si no
aprovechaba para hacer lo que quisiera en ese momento de mi vida que era joven,
no lo iba a hacer nunca, así fue como en un cuartito de hospital me decidí a
dejar todo para empezar a viajar y escribir, mis dos grandes amores.
Es por eso que
escribo este blog, a modo de fe de errata, fe de que me había equivocado la
mayor parte de mi vida y que en cualquier momento la muerte podría venir a
reclamar mis huesos y llevarme con ella al lugar donde no se puede hacer nada
más, es así como inició este blog, es así como estoy aprendiendo a vivir.
Solo puedo decir
algo más que aprendí durante los siguientes seis meses que siguieron al
hospital y que escribo en un Subway en algún lugar lejos
de mi hermosa ciudad Mérida y de mi hermoso país: La vida es maravillosa.

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