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jueves, 19 de enero de 2017

Para los que nos duele algo






Para ti, para mí, para todos los humanos; pero en especial para todos los mexicanos.
-Comete todo. – Me decía mi madre. Como también seguramente también les decían a muchos. Frase que estábamos acostumbrados a escuchar cuando éramos niños.
-No quiero mamá. ¡Pica! ya estoy enchilado. – Le respondieron la mayoría que al igual que yo fuimos criados en un hogar mexicano mientras veíamos el plato con chicharrón en salsa verde humeando frente a nuestros ojos. Podíamos tener incluso los labios al rojo vivo. Sintiendo un dolor que en esas ocasiones era todo menos placentero. Aun así a nuestra madre le importaba poco, ya que era parte de nuestra educación.
-Te comes todas esas mugres que venden en la tiendita y esas no te pican ¿Verdad? – Esta era la forma en la que te respondía tu madre, respuesta que, por su tono de voz, no admitía discusión.
Este es un ejemplo de cómo en nuestra cultura, desde pequeños se nos enseñó a aguantar el dolor. Incluso se nos enseñó que, con el tiempo, una situación de dolor la podíamos convertir en algo placentero, se nos daba la oportunidad de que con el dolor podíamos volver nuestra comida deliciosa. Se nos enseñó a aguantar, a soportar y agradecer por lo que tenemos. Con el tiempo también aprendimos que en la vida había dolores que causaban de todo, menos satisfacción.
Hubo un momento en el que los dolores dejaron de ser raspones o simples golpes que nos dábamos al jugar. Llegó la adolescencia y nos dimos cuenta lo doloroso que podía llegar a ser un rechazo o un rompimiento amoroso. Desde ese punto en adelante supimos que los dolores solo iban a acabar con el día de nuestra muerte, o por lo menos eso nos prometieron.

Diane Arbus / Crying baby, New Jersey


Un día nos despertamos y comprendimos que la economía de nuestro país estaba por los suelos, que la gasolina tenía un precio que se elevaba por los cielos, que nuestra moneda perdía valor y que incluso nuestros gobernantes se burlaban de nosotros subiéndose los sueldos en tiempos de crisis, el amarillismo no faltaba en los medios de comunicación y la violencia se había vuelto el pan nuestro de cada día. Entendimos que nuestros líderes habían mancillado nuestro orgullo y se habían reído de nuestra necesidad. Un día nos dimos cuenta que, por el hecho de haber nacido en un punto específico del mapa geográfico, nuestros sueños eran aún más difíciles de alcanzar que para personas que nacieron en países como Estados Unidos, Alemania o Japón. Por culpa de estas y otras barreras, nos dimos cuenta, que, aun naciendo con el talento, por el simple hecho de haber nacido en México, se nos ponía más difícil. No es ningún secreto el poco interés y apoyo que se muestra por parte de nuestros líderes a nuestros atletas en las olimpiadas, o a la poca difusión que se le da a los científicos, matemáticos o escritores mexicanos que logran algo importante en el extranjero. Pero no digo que todo sea ignorado en nuestro país, nos tienen embobados con programas de mala calidad en el que te venden la idea de que la mediocridad está bien mientras uno sea feliz, o que ser maleante, con muchas mujeres, autos lujosos y usar la violencia como estandarte es una forma de vida aceptable, cuando no es así. Todo esto duele, y desgraciadamente nos hemos acostumbrado a ello e incluso lo hemos vuelto algo placentero.
Así como veo las cosas, podemos tomar al dolor de dos maneras. La primera es que nos conformemos y aprendamos a amarlo como amamos al picante, o la segunda es que lo volvamos un detonante, una inspiración, nuestro combustible para salir adelante.
El dolor concibe. Con dolor venimos al mundo y con dolor podemos seguir adelante en él. Cualquiera que allá ido al gimnasio alguna vez, sabrá que, si no hay dolor no hay beneficios, varios ejemplos en la historia nos lo han demostrado. Diane Arbus no se hubiera hecho famosa si no hubiera encontrado la belleza que existe en el dolor, Diane tomaba fotos de personas que habían sido rechazadas por la sociedad, como enanos, travestis y prostitutas. Nos demostró por medio de su trabajo que ellos también son personas que aman, que sienten y que como nosotros; sienten dolor. Van Gogh no hubiera encontrado inspiración para muchas de sus obras más famosas si no hubiera tenido decepciones en su vida. Incluso, su biografía hubiera carecido de sabor si no se hubiera arrancado la oreja en un arranque de locura por culpa del dolor que le causó un amor mal correspondido. Quizá la vida de Hernán Cortez no hubiera sido tan recordada si todo hubieran sido victorias y miel sobre hojuelas, no hubiéramos tenido uno de los episodios más notables de nuestra historia sin la “Noche triste” en la que Cortez lloró debajo de un ahuehuete en lo que actualmente hoy es la Ciudad de México. El dolor lo podemos transformar en musa, todo está en la forma que lo veamos.
Culturalmente, siempre nos hemos dicho a nosotros mismos que otros son los que deben de hacer el cambio, los que nos deben de solucionar la vida, frases como: “Si soy pobre es culpa del gobierno”. No sé de culpables porque no soy juez, pero si se por simple lógica que si nacimos pobres no es culpa de uno, pero si morimos pobres y sin haber hecho nada al respecto definitivamente somos culpables.
Me duele que México no alcance el potencial que merece y al que estamos destinados como pueblo, me duele que no seamos el país que merece nuestra bella raza de bronce. Pero no voy a permitir que ese dolor se vuelva placentero en mí. Que ese dolor se vuelva parte de mi vida. He decidido cambiar como ciudadano, he tomado la decisión de no tranzar para avanzar, respetar las vialidades, ser más cívico, estudiar, informarme, no tirar basura en la calle, obedecer las reglas, respetar, dejar de culpar y ocuparme. He decidido que quiero un México mejor para mí y para las futuras generaciones que vienen. Un México en el que no necesitamos de países como Estados Unidos para sobrevivir, en el que no vamos a permitir que un “extraño enemigo” nos pisotee y nos llame violadores. Ese es el México con el que sueño, el México que merecemos. Sé que el cambio empieza conmigo.
Definitivamente no tengo el México que quiero, el primer paso es dejar de mentirnos. Y eso duele.
Es hora de dejar de delegar responsabilidades. Dejar el “Si Dios quiere” por el “Porque quiero” y “por qué puedo” a la hora de hacer las cosas. Aun si Dios y nuestros líderes no están dispuestos a escuchar nuestras plegarias para sacarnos adelante, nos quedan las fuerzas de nuestros músculos, de nuestras piernas, de nuestros brazos y de nuestros hombros para lograr lo que deseamos, el México que queremos.
Si se nos cierra una puerta, aun podemos buscar otra, patearla e incluso abrir un boquete en la pared contigua, pero detenerse no es una opción.
Sí, tenemos una cultura de dolor, pero esa es nuestra gran ventaja. Aun contra todo pronóstico, somos un país de oportunidades, el país donde todo se puede y no por la corrupción como comúnmente estamos acostumbrados a señalarlo. Somos el país de las oportunidades porque como mexicanos no nos falta el ingenio, no nos faltan recursos, solo nos faltan las ganas.

El dolor es bueno porque es el encargado de avisar al cuerpo de que algo está mal y tenemos que arreglarlo inmediatamente. ¿Hay algo que nos duela que tengamos que arreglar en nuestro México?

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