| Las calles de Flores |
Cuando las cosas
se hacen de manera diferente a como estás acostumbrado, es que te das cuenta
que no estás en tu tierra. Lo bonito de viajar es poder conocer lugares que
bien podrían ser mundos completamente diferentes al de uno propio. Una de las
primeras cosas que me llamo la atención al pisar por primera vez tierras
guatemaltecas fue el notar que en las puertas había un pequeño letrerito
exactamente por encima del pomo que rezaba: “hale”. En México estamos
acostumbrados al letrerito que dice “jale” o incluso al tan común “pull” del
vocabulario inglés; pero “hale” no era una palabra que me hubiera venido a la
mente ver escrita en una puerta como indicación de lo que debes hacer para
abrir la puerta de manera correcta. Aun así, comprendí la indirecta que el
universo me estaba dando: Se me estaba indicando que abriera la puerta para
conocer un nuevo mundo; y así fue.
La noche en el
Dirtys McNasty´s no había sido del todo agradable. Al regresar a la habitación después
de la noche de fiesta, me subí a la cama, no pasaron ni cinco minutos antes de
darme cuenta que estaba nadando en mi propio sudor. El calor del caribe y la
falta de ventilador hacían casi imposibles el poder conciliar el sueño. Eso sí,
seguramente estaba empezando a bajar las calorías de los corn dogs y Cinammon rolls
que me había despachado esa misma noche. Ojalá bajar de peso fuera así de fácil
como estar acostado. Fue así como me pase la noche entre paseos nocturnos por
las calles de la isla y buscando donde comprar agua para mitigar una sed que
casi se había vuelto desesperante. No tarde en darme cuenta que no había ni un
alma que tuviera su tienda abierta para vender agua y que mi cometido era casi
imposible hasta que encontré un buen samaritano que me vendió cuatro bolsitas
(si, bolsitas) de agua por un dólar. Casi no dormí y buena parte de la noche me
la pasé sentado en la arena de la playa.
Las primeras
luces del día tardaron en llegar mucho más de lo habitual a mi parecer, pero
cuando llegaron, supe que la espera había valido toda la pena del mundo. El sol
parecía nacer de las profundas aguas del caribe haya donde mis ojos no alcanzan
a ver, primero asomó tímidamente su corona, poco a poco dio paso a todo su
cuerpo sin importarle el tiempo, sus rayos se reflejaban en las aguas color
turquesa que adquirían como por arte de magia un color dorado, como si todo el
mar se hubiese convertido en un cuenco de oro derretido gigante. Las gaviotas
revoloteaban alegres al contemplar el inicio de un nuevo día. Melanie se despertó
temprano y no tardó mucho en acompañarme a contemplar el espectáculo celeste
que ocurría frente a nuestros ojos mientras nosotros contemplábamos sentados en
un pequeño muelle que sirve para atrancar embarcaciones de pequeña envergadura.
- ¿Quieres
nadar? – Le pregunté ante la oportunidad de nadar en el mar de madrugada.
-No traje ropa,
la deje en el carro en Belize City. – Respondió Melanie como excusa.
-Te entiendo,
nadie quisiera viajar todo pegajoso de regreso en un ferry todos apretados,
¿No? – El viento soplaba fresco, pero aun así las aguas cristalinas del Caribe
nos invitaban a entrar en ellas. – Pero recuerda que no siempre tenemos la
oportunidad de estar en una isla en medio del Caribe y ver el amanecer, y mucho
menos meternos a nadar tan temprano. – Añadí – Quizá en unos meses nos arrepentiremos
de no haberlo hecho o recordaremos esto con todo el cariño del mundo. – Y así
fue, meses después de haber ocurrido esto, todavía sonrió y atesoro como un
recuerdo valiosísimo el haber convencido a Melanie (no sin cierto grado de
dificultad) de que nadáramos en esas aguas.
Después de eso
fuimos a despertar a Carlos. El calor que hacia en la isla seco nuestra ropa
casi de inmediato (aunque si, estábamos todos pegajosos) Sin perder mucho
tiempo, desayunamos un rico y delicioso pan con crema de cacahuate y nos
dispusimos a pedir prestados los kayaks del hostal para conocer el manglar.
Conseguimos uno para tres tripulantes y navegamos alrededor de una hora
mientras cardúmenes de peces de casi un metro de tamaño nadaban apurados por
debajo de nuestra pequeña embarcación. Algunos saltaban de vez en cuando y nos permitían
admirarlos fascinados como un niño admiraría un juguete en una juguetería.
A pesar de que
no teníamos nada que hacer más que disfrutar de nuestro viaje, estábamos un
poco apurados por regresar a Belize City y tomar el auto para poder cumplir
nuestra regla de no manejar por carreteras Centroamericanas de noche.
A decir verdad,
no recuerdo mucho del trayecto de Belize City a Santa Clara que es la frontera
de Guatemala con Belice, la mayor parte la manejo Carlos para que durmiera y aprovechara
a recuperar la mala noche que había tenido anteriormente.
La frontera de
Belice con Guatemala era un pequeño control en el que te revisaban al salir de
Belice y te sellaban el pasaporte y revisaban los documentos del auto para
poder pasar el vehículo al país vecino. Después de un largo y tedioso papeleo
(eso sí, con toda la amabilidad del mundo, los guatemaltecos son gente súper
amable) nos pidieron que subiéramos al auto para que lo pudieran fumigar (Era
la segunda vez de muchas en la que nos fumigaban el auto desde que empezamos el
viaje) para controlar la entrada de especies o gérmenes indeseados en el país.
Uno podría pensar que rosear veneno a tu auto es una medida dura y hasta un
poco grosera, sin embargo, platicando con la gente de Chetumal, me han contado
que antes, en nuestro lado de la frontera mexicana aplicábamos el mismo control
estricto para los que entraban de Centroamérica a nuestro país, con la
diferencia de que nosotros no solo fumigábamos el carro de la persona, también llegamos
a fumigar a las personas que entraban, comportamiento que desapruebo
completamente por la manera en la que nuestros hermanos centroamericanos eran
tratados.
El petén
| Lago del Petén |
Una vez dentro
de Guatemala, era como si todo el paisaje supiera que estaba en un país completamente
diferente. Los paisajes selváticos y las llanuras de Belice dejaron de existir
para dar paso a una mezcla de paisaje montañoso con flora entre selvática y de
bosque. Grandes ríos circulaban por la base de los cerros, unos con afluentes
más grandes que otros, pero todos aportando una belleza extraña y exótica al
país que se me antojaba de película de Hollywood.
| El "Tac tac" es uno de los medios de transportes favoritos de este país, en si todo lo que tenga que ver con motos. |
La idea era
llegar hasta una ciudad que se llama Petén, la cual tiene un inmenso lago, en él
existe una isla en medio a la cual los lugareños llaman Flores, isla famosa por
sus casitas de colores al estilo Puerto Rico con tejados de dos aguas. Las
casas de la mayoría de las personas se encontraban conectadas una con otra,
pequeños callejones servían a modo de calles para pasar a las casas que se
encontraban atrás de las primeras, un boulevard rodeaba toda la isla que se
conectaba con Petén por medio de un puente, en medio de este paraíso hay un
cerrito con una pequeña iglesia en la punta, en el cerro no hay vegetación solo
las casas que se amontonan una con otra recordando un panal de abejas engullido
hasta la mitad por las aguas del lago de Peten. Flores es la parte turística,
por su lado Petén, representa la vida cotidiana del pueblo, hay carnicerías, súper
mercados, tienditas, restaurantes de comida rápida, bancos y cualquier cosa que
podría existir en una ciudad pequeña.
Para no perder
costumbre, nos hospedamos en un hostal llamado “Green Monkey” que Melanie había
encontrado por internet. Para nuestra sorpresa, el encargado de registrarnos era
mexicano. El sentimiento de encontrarme a un paisano en el extranjero es el
mismo que uno tiene cuando uno ve a un familiar que no ha visto en mucho
tiempo, y por lo visto el sentimiento fue mutuo.
| Mallenie y yo junto a nuestro hostal "el chango verde". |
Las habitaciones
del “mono verde” eran mucho más grandes que las habitaciones del hostal
anterior; para nuestra suerte nos tocó una habitación en la que había solamente
tres camas por lo que no tuvimos que compartir habitación con nadie. Todo para
nosotros tres.
Desde que
pasamos la frontera tuvimos la oportunidad de interactuar con la población
local. Un sobrenombre que ellos mismos se han puesto es el de “Chapines” la
verdad es que se desconoce la razón de este apodo, pero algunos dicen que es una transliteración del arábigo "Chipin" que significa alcornoque, una especie de material que usaban los habitantes del lugar para fabricar un calzado bastante popular entre ellos en la antiguedad. Los guatemaltecos son personas
de forma de ser sencilla, amables con cualquiera que quiera platicar con ellos,
gente que siempre tiene preparada una sonrisa para cualquiera que quiera
recibirla, gente que al igual que mi pueblo son personas con la piel color del cobre,
pero con un corazón de oro.
Melanie entre las coloridas calles de Flores sacando fotos |
Amor del bueno
Después de
tantas horas de aventuras la tripa ya nos gruñía, por lo que decidimos ir a
probar lo que culinariamente tenia Flores que ofrecer. La única condición que
le pusimos era que fuera barato. Maldita pobreza.
No tardamos
mucho tiempo en encontrarnos este puesto:
| Pasteles grandes como discos de tornamesa, flans, fresas con crema, postres de coco e infinidad de agasajos de azúcar para la mirada y el paladar |

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