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miércoles, 1 de febrero de 2017

Hale


Las calles de Flores


Cuando las cosas se hacen de manera diferente a como estás acostumbrado, es que te das cuenta que no estás en tu tierra. Lo bonito de viajar es poder conocer lugares que bien podrían ser mundos completamente diferentes al de uno propio. Una de las primeras cosas que me llamo la atención al pisar por primera vez tierras guatemaltecas fue el notar que en las puertas había un pequeño letrerito exactamente por encima del pomo que rezaba: “hale”. En México estamos acostumbrados al letrerito que dice “jale” o incluso al tan común “pull” del vocabulario inglés; pero “hale” no era una palabra que me hubiera venido a la mente ver escrita en una puerta como indicación de lo que debes hacer para abrir la puerta de manera correcta. Aun así, comprendí la indirecta que el universo me estaba dando: Se me estaba indicando que abriera la puerta para conocer un nuevo mundo; y así fue.


La noche en el Dirtys McNasty´s no había sido del todo agradable. Al regresar a la habitación después de la noche de fiesta, me subí a la cama, no pasaron ni cinco minutos antes de darme cuenta que estaba nadando en mi propio sudor. El calor del caribe y la falta de ventilador hacían casi imposibles el poder conciliar el sueño. Eso sí, seguramente estaba empezando a bajar las calorías de los corn dogs y Cinammon rolls que me había despachado esa misma noche. Ojalá bajar de peso fuera así de fácil como estar acostado. Fue así como me pase la noche entre paseos nocturnos por las calles de la isla y buscando donde comprar agua para mitigar una sed que casi se había vuelto desesperante. No tarde en darme cuenta que no había ni un alma que tuviera su tienda abierta para vender agua y que mi cometido era casi imposible hasta que encontré un buen samaritano que me vendió cuatro bolsitas (si, bolsitas) de agua por un dólar. Casi no dormí y buena parte de la noche me la pasé sentado en la arena de la playa.
Las primeras luces del día tardaron en llegar mucho más de lo habitual a mi parecer, pero cuando llegaron, supe que la espera había valido toda la pena del mundo. El sol parecía nacer de las profundas aguas del caribe haya donde mis ojos no alcanzan a ver, primero asomó tímidamente su corona, poco a poco dio paso a todo su cuerpo sin importarle el tiempo, sus rayos se reflejaban en las aguas color turquesa que adquirían como por arte de magia un color dorado, como si todo el mar se hubiese convertido en un cuenco de oro derretido gigante. Las gaviotas revoloteaban alegres al contemplar el inicio de un nuevo día. Melanie se despertó temprano y no tardó mucho en acompañarme a contemplar el espectáculo celeste que ocurría frente a nuestros ojos mientras nosotros contemplábamos sentados en un pequeño muelle que sirve para atrancar embarcaciones de pequeña envergadura.
- ¿Quieres nadar? – Le pregunté ante la oportunidad de nadar en el mar de madrugada.
-No traje ropa, la deje en el carro en Belize City. – Respondió Melanie como excusa.
-Te entiendo, nadie quisiera viajar todo pegajoso de regreso en un ferry todos apretados, ¿No? – El viento soplaba fresco, pero aun así las aguas cristalinas del Caribe nos invitaban a entrar en ellas. – Pero recuerda que no siempre tenemos la oportunidad de estar en una isla en medio del Caribe y ver el amanecer, y mucho menos meternos a nadar tan temprano. – Añadí – Quizá en unos meses nos arrepentiremos de no haberlo hecho o recordaremos esto con todo el cariño del mundo. – Y así fue, meses después de haber ocurrido esto, todavía sonrió y atesoro como un recuerdo valiosísimo el haber convencido a Melanie (no sin cierto grado de dificultad) de que nadáramos en esas aguas.
Después de eso fuimos a despertar a Carlos. El calor que hacia en la isla seco nuestra ropa casi de inmediato (aunque si, estábamos todos pegajosos) Sin perder mucho tiempo, desayunamos un rico y delicioso pan con crema de cacahuate y nos dispusimos a pedir prestados los kayaks del hostal para conocer el manglar. Conseguimos uno para tres tripulantes y navegamos alrededor de una hora mientras cardúmenes de peces de casi un metro de tamaño nadaban apurados por debajo de nuestra pequeña embarcación. Algunos saltaban de vez en cuando y nos permitían admirarlos fascinados como un niño admiraría un juguete en una juguetería.
A pesar de que no teníamos nada que hacer más que disfrutar de nuestro viaje, estábamos un poco apurados por regresar a Belize City y tomar el auto para poder cumplir nuestra regla de no manejar por carreteras Centroamericanas de noche.
A decir verdad, no recuerdo mucho del trayecto de Belize City a Santa Clara que es la frontera de Guatemala con Belice, la mayor parte la manejo Carlos para que durmiera y aprovechara a recuperar la mala noche que había tenido anteriormente.
La frontera de Belice con Guatemala era un pequeño control en el que te revisaban al salir de Belice y te sellaban el pasaporte y revisaban los documentos del auto para poder pasar el vehículo al país vecino. Después de un largo y tedioso papeleo (eso sí, con toda la amabilidad del mundo, los guatemaltecos son gente súper amable) nos pidieron que subiéramos al auto para que lo pudieran fumigar (Era la segunda vez de muchas en la que nos fumigaban el auto desde que empezamos el viaje) para controlar la entrada de especies o gérmenes indeseados en el país. Uno podría pensar que rosear veneno a tu auto es una medida dura y hasta un poco grosera, sin embargo, platicando con la gente de Chetumal, me han contado que antes, en nuestro lado de la frontera mexicana aplicábamos el mismo control estricto para los que entraban de Centroamérica a nuestro país, con la diferencia de que nosotros no solo fumigábamos el carro de la persona, también llegamos a fumigar a las personas que entraban, comportamiento que desapruebo completamente por la manera en la que nuestros hermanos centroamericanos eran tratados.

El petén


Lago del Petén

Una vez dentro de Guatemala, era como si todo el paisaje supiera que estaba en un país completamente diferente. Los paisajes selváticos y las llanuras de Belice dejaron de existir para dar paso a una mezcla de paisaje montañoso con flora entre selvática y de bosque. Grandes ríos circulaban por la base de los cerros, unos con afluentes más grandes que otros, pero todos aportando una belleza extraña y exótica al país que se me antojaba de película de Hollywood.

El "Tac tac" es uno de los medios de transportes favoritos de este país, en si todo lo que tenga que ver con motos.


La idea era llegar hasta una ciudad que se llama Petén, la cual tiene un inmenso lago, en él existe una isla en medio a la cual los lugareños llaman Flores, isla famosa por sus casitas de colores al estilo Puerto Rico con tejados de dos aguas. Las casas de la mayoría de las personas se encontraban conectadas una con otra, pequeños callejones servían a modo de calles para pasar a las casas que se encontraban atrás de las primeras, un boulevard rodeaba toda la isla que se conectaba con Petén por medio de un puente, en medio de este paraíso hay un cerrito con una pequeña iglesia en la punta, en el cerro no hay vegetación solo las casas que se amontonan una con otra recordando un panal de abejas engullido hasta la mitad por las aguas del lago de Peten. Flores es la parte turística, por su lado Petén, representa la vida cotidiana del pueblo, hay carnicerías, súper mercados, tienditas, restaurantes de comida rápida, bancos y cualquier cosa que podría existir en una ciudad pequeña.
Para no perder costumbre, nos hospedamos en un hostal llamado “Green Monkey” que Melanie había encontrado por internet. Para nuestra sorpresa, el encargado de registrarnos era mexicano. El sentimiento de encontrarme a un paisano en el extranjero es el mismo que uno tiene cuando uno ve a un familiar que no ha visto en mucho tiempo, y por lo visto el sentimiento fue mutuo.


Mallenie y yo junto a nuestro hostal "el chango verde".


Las habitaciones del “mono verde” eran mucho más grandes que las habitaciones del hostal anterior; para nuestra suerte nos tocó una habitación en la que había solamente tres camas por lo que no tuvimos que compartir habitación con nadie. Todo para nosotros tres.
Desde que pasamos la frontera tuvimos la oportunidad de interactuar con la población local. Un sobrenombre que ellos mismos se han puesto es el de “Chapines” la verdad es que se desconoce la razón de este apodo, pero algunos dicen que es una transliteración del arábigo "Chipin" que significa alcornoque, una especie de material que usaban los habitantes del lugar para fabricar un calzado bastante popular entre ellos en la antiguedad. Los guatemaltecos son personas de forma de ser sencilla, amables con cualquiera que quiera platicar con ellos, gente que siempre tiene preparada una sonrisa para cualquiera que quiera recibirla, gente que al igual que mi pueblo son personas con la piel color del cobre, pero con un corazón de oro.


Melanie entre las coloridas calles de Flores sacando fotos 

Amor del bueno


Después de tantas horas de aventuras la tripa ya nos gruñía, por lo que decidimos ir a probar lo que culinariamente tenia Flores que ofrecer. La única condición que le pusimos era que fuera barato. Maldita pobreza.

No tardamos mucho tiempo en encontrarnos este puesto: 

Pasteles grandes como discos de tornamesa, flans, fresas con crema, postres de coco e infinidad de agasajos de azúcar para la mirada y el paladar


Unos cuantos de los guisos que se nos ofrecían; dignos de un rey.



Había guisos de todo tipo, picadillo de res con papa y zanahorias, papas con crema, puré de papa, frijoles con puerco, algunos guisados que estaban especiados con mucha cebolla, había jalapeños remojados en vinagre y mezclados con repollo, guisos a base de huevo cocido, otros con fideos y montones de verdura cocida, guacamole picosito y frijoles negros bien machacaditos, todo puesto en ollas de barro esperando a que el cliente los señalará con un dedo para que la señora del puesto los pusiera ya fuera en tostadas o en una cama de tortilla grande a manera de burrito. Todo era delicioso, pero más sabroso aún era el precio, el trato era de la siguiente manera: podías escoger tres tostadas o un burrito y una tostada por tan solo 5 quetzales (Aproximadamente 13 pesos mexicanos con el cambio actual o .67 centavos de dólar americano) cual fuera la opción que escogiste, tenías el derecho de escoger un guiso para acompañar a tu tostada o a tu burrito. Si agregabas 5 quetzales más le podías agregar una bebida de agua fresca, cosa nada despreciable con el calor que estaba haciendo. El país nos estaba dando la bienvenida de la manera que más me gusta, Guatemala le había atinado, de alguna manera sabía que el camino a mi corazón empieza por mi estómago.
Solo era cuestión de tiempo el descubrir las maravillas que este lugar tenía preparadas para mí. Había escuchado miles de historias de sus hermosas selvas, de sus ruinas mayas tan diferentes a las de mi país, de sus ciudades coloniales escondidas entre los cerros de su propia cordillera, había escuchado entre otros viajeros que mencionaban playas con arena tan negra como el chapopote y de lagos enormes rodeados por anillos de volcanes que aún seguían activos, ¿Qué tan cierto era todo esto? En los próximos días estábamos a punto de descubrir muchos de los misterios de la nación de los quetzales.







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