Carreteras mortales
En varias
ocasiones he visto el programa de History Chanel, “Carreteras mortales” varias
veces quedé impresionado al ver los caminos por los que los conductores tenían
que manejar a lo largo de Latinoamérica o Alaska, la mayoría de esas carreteras
con deficiencias como baches, acantilados pronunciados y climas tempestuosos.
De vez en cuando podía ponerme en los zapatos de los conductores y sentir la
adrenalina al ver cómo tenían que sortear todos los obstáculos mientras danzaban
un baile con la muerte; todo esto desde la comodidad de mi sala, sabiendo que
no tenía que pasar por ningún peligro real.
Después de
llegar a Guatemala, tarde poco tiempo en darme cuenta en carne viva que una
cosa es ver lo que estos cuates sufren desde el confort de tu casa y otra muy
diferente es estar sentado en el sillón del piloto con el volante bien agarrado
entre las dos manos y toda tu concentración en un mismo punto durante varias
horas mientras la lluvia cae con fuerza y los limpiaparabrisas tratan de hacer
su trabajo sin mucho éxito.
De mala manera descubrimos
que para ir de Petén a la ciudad de Guatemala existen dos carreteras que
atraviesan el país, una más complicada que otra y por ende una más amistosa que
otra, para nuestra desgracia y por culpa de nuestra ignorancia, decidimos
escoger la carretera que parecía estar más enojada con la vida. Se podría
describir como un joven en pleno desarrollo, con sus cambios de humor bien
marcados en diferentes tramos.
Salimos de Petén
en la mañana. Después de tomar un desayuno ligero de fruta y un pan con crema
de cacahuate, cargamos de agua nuestras botellas y subimos nuestras “chivas” al
carro. Después de estudiar el mapa un rato y cuando al fin nos pusimos de
acuerdo, decidimos que podíamos llegar a la capital ese mismo día si nos
apuramos, total, no se veía tan lejos. (Qué bonita es la inocencia)
Antes de partir,
había tratado de buscar un lugar donde lavar mi ropa, pero fue imposible,
aunque no infructuoso. Gracias a esa caminata conocí a unas hermanas francesas,
a Caroline y Charlotte Müller. Entre la plática supe que ellas también iban
para la ciudad de Guatemala, les ofrecí un ride, pero se negaron diciendo que
ya habían comprado los boletos del autobús. Me despedí, pero en ese momento no
sabía cuánto iban a influir esas hermanas en mi vida más adelante.
El cielo era
gris y se veía bien cargado, con toda la inocencia del mundo pensé que no
supondría mucho problema.
“Puedo lidiar
con un poco de agua, no es para tanto”. Pensé.
Ya en la
carretera, con cada kilómetro que avanzamos, el paisaje comenzaba a cambiar,
dejando la selva atrás para dar paso a grandes cerros con árboles de naturaleza
perenne. Pinos, abetos y cedros altos como edificios desfilaban ante nuestra
vista. Tardamos como una hora en empezar a ver grandes acantilados con algunas
pequeñas cascadas de agua que se me antojaban de lo más impresionante y bello
que había visto en ese día.
Algunos de los paisajes que tuvimos la oportunidad de observar
El reten
- ¿A dónde se
dirigen? – Preguntó el oficial después de habernos hecho una señal con la mano
para que paráramos en un retén bastante improvisado en medio de dos grandes
cerros que parecían cortados a la mitad por el cuchillo de algún gigante, se
escuchaba como el agua borboteaba en un riachuelo cercano a nosotros.
-Queremos llegar
a la capital. – Le dije.
-Veo que no son
guatemaltecos, ¿De dónde vienen? Baje del carro, solo usted. – No me gustaba
para nada el tono en el que nos lo estaba diciendo. Flojito y cooperando me
baje del carro (Según yo era lo mejor). La principal razón por la que el
situación no me gustaba para nada, es que estábamos en medio de la nada con
oficiales de un país extranjero con cara de pocos amigos, si algo pasaba, nadie
nos iba a oír gritar..
-Él y yo somos
mexicanos – dije apuntando a Carlos. – Ella es americana. – Apunte a Melanie.
- ¿Ella es
diplomática? – Nunca entendí el porqué de esta pregunta, pero por si las dudas
decidí seguirle la corriente.
-Sí, ella es
diplomática. – Mentí
- ¿Y ustedes?
-Solo dos
civiles que están conociendo el país.
-Muéstreme sus
documentos.
Me acerqué de
nuevo al carro y les pedí que me pasaran el contrato de importación del carro
que había firmado en la frontera y los pasaportes.
-El de ella no.
–“¿Por qué?” Por alguna razón, después de haberles mentido diciendo que ella
era diplomática, se portaron un poco más amables. – Cuénteme quién es ella. –
Definitivamente no me gustaba el tono y la especial atención que ponía en
Melanie.
-Ella es hija de
un coronel de las fuerzas armadas norteamericanas. – Invente. – Es amiga
nuestra y venimos de paseo.
El jefe de ellos
volteo a ver incomodo a sus hombres.
-Continúen. – Al
final dijo para nuestro alivio.

Es común ver este tipo de autobuses a lo largo de todo Guatemala, cada uno más adornado que el otro, es como si fuera un concurso para ver quien tiene el autobús más modificado y con los colores más llamativos. Las diferencias culturales son lo que le dan sabor a los viajes.
El río
Después de dejar
el pequeño retén, seguimos manejando durante horas hasta llegar a una fila de
carros. No tardamos mucho en darnos cuenta la razón de que todos estuvieran
haciendo fila. Se debía a que la carretera terminaba ahí cortada por un río bastante ancho y cada uno de los conductores esperaba paciente a que llegara su
turno de subir su auto a una especie de barcaza diseñada para cruzar los coches. una persona nos iba
acomodando y diciendo dónde poner nuestro auto en esa especie de
estacionamiento flotante, era suficientemente grande como para albergar unos 10
u 12 carros si se acomodaban bien. Camiones de carga, camiones de pasajeros, camionetas,
carros de 2 o 4 puertas e incluso maquinaria de construcción, daba igual, todos
tenían la oportunidad de subir al transportador de autos siempre y cuando
pagaran la cuota de 5 quetzales por autos pequeños y 15 o más quetzales para vehículos
más grandes.
Como dato cultural: Coche en Guatemala no es un auto, asi se le llama al cerdo
La espera en la
fila duró casi una hora, mientras veíamos cómo pasaban vendedores ambulantes
con toda clase de botanas para que matáramos el tiempo, canastas de frutas en
las que incluían papaya, mango, pepino, zanahoria o piña, otros traían trozos
de pollo con arroz de porciones servidas en platos desechables cubiertos de
papel aluminio, otros llevaban pupusas, burritos, tostadas, papas fritas, todo
un desfile culinario para cualquiera que estuviera dispuesto a pagarlo y por
módicos precios que no afectaban mucho la cartera.
- ¿Tienes
chilito en polvo o algo que pique? – Preguntó Carlos mientras sostenía el vaso
de fruta que acababa de comprar.
-No, pero tengo
pepita molida o pimienta, la pepita pica un poco.
– La verdad es que no picaba
nada. Una de las cosas que siempre he extrañado más de México y que actualmente
extraño con todo mi corazón es la facilidad con la que puedes comprar alimentos
con picante.
La sierra guatemalteca
Después de un
rato de mucha espera, por fin logramos llegar a la otra orilla y continuar con
nuestro camino. La carretera se iba haciendo más peligrosa con cada kilómetro
que avanzamos. Pronunciados acantilados eran rematados con profundos baches que
en algunos lugares parecían mordidas de gigante y dejaban a la vista el
desfiladero. Los camiones de carga y tráileres pasaban a toda velocidad a un
lado de nosotros en una angosta carretera de doble sentido, si pudieran ver por
un momento el panorama y el estado en el que se encontraba la carretera,
coincidiran conmigo en el gran valor (O imprudencia) de estos trabajadores al
volante que manejaban sin miedo alguno. Por largos tramos, era casi imposible
avanzar a más de 40 o 50 kilómetros por hora debido a las fuertes lluvias que
azotaban nuestro carro por ratos, varias fueron las ocasiones en las que nos
sentimos tentados a buscar un pequeño lugar con mucho césped donde poner la
casa de acampar que traíamos y quedarnos a dormir ahí antes de que llegara la
noche, pero la falta de comida, agua y las personas con ametralladoras de alto
calibre que pasaban junto a nosotros en los distintos pueblos que pasamos, nos
disuadieron de hacerlo. Al día siguiente supimos que la razón por la que la
mayoría de los habitantes de esas zonas montañosas van armados es para cuidarse
del robo de ganado y que la mayoría de la gente es muy amigable, sin embargo,
un arma larga siempre es un buen disuasivo para alejarse de un lugar.

Parte de la vestimenta típica que suelen usar la mujeres que habitan el sistema montañoso de Guatemala
A pesar del
peligro que supone cruzar la sierra de Guatemala, los paisajes con los que uno
se encuentra y los pintorescos pueblitos que vimos en nuestro camino, hacen que
la travesía valga toda la pena del mundo. Cuando decidí que quería ponerme una
mochila al hombro y viajar, la mayoría de la gente me dijo:
-Es muy tonto lo
que estás haciendo, deberías de dedicarte a trabajar duro, comprar una casa,
casarte, comprar un auto y prepararte para el futuro, primero trabajas toda tu
vida y luego ya te dedicas a todo lo que quieras hacer. – Me aconsejaron muchas
personas que en su vida habían viajado y que nunca habían realizado algo que
les gustara mucho.
Viendo esos
paisajes entre las montañas, en caminos que no son para turistas, me pregunte:
¿Realmente quiero llegar a viejo, cuando ya no tenga energía y empezar a
viajar? ¿Quiero dedicar mi vida a trabajar y viajar una o quizá dos veces en la
vida? La mayoría de la gente que trabaja para hacerse rico, no se da cuenta que
está trabajando para no ser feliz. No se han dado cuenta de que la vida es muy
corta y que uno debe de enfocarse en hacer lo que a uno le gusta ahora que
tenemos la energía y juventud. En resumen, realmente puede ser tonto lo que
estoy haciendo de dedicarme solamente a viajar y escribir, pero soy feliz ¿No
se trata de eso la vida?
La noche nos
agarró en la carretera y con ella llegaron nuevos problemas, entre ellos que la
lluvia comenzó a arreciar aún más. Esto no fue impedimento para que la gente
saliera a caminar a oscuras a lo largo de la carretera, sin importarles las
curvas o que verlos era casi imposible durante la lluvia, incluso, aunque sea difícil
de creer, llegamos a ver niños que calculamos tenían 4 o 5 años caminando
completamente a oscuras, en medio de esas montañas. Todos estos factores
hicieron que la manejada fuera una de las más difíciles de toda mi vida y una
de las que más me canso.
Después de
llevar los nervios de punta durante varias horas, pasando una curva fue cuando
vimos por primera vez las luces de Cobán.
Una ciudad más o menos pequeña de estilo colonial que me pareció el paraíso, faltó poco para que al llegar a un pequeño parquecito besara sus calles
empedradas.
No es nuevo que
una buena dosis de adrenalina puede abrir el hambre, es por eso que la primera
cosa que hicimos, incluso antes de buscar donde alojarnos, fue buscar donde
comer, fue así que encontramos un montón de puestecitos improvisados que ponían
un letrero en la parte de arriba que decía “Churrasquería”. El olor a carne
asada, se nos antojaba más una fragancia deliciosa que olor a comida. La mayoría
de los puestos estaban hasta reventar y la verdad es que no queríamos hacer mucha
fila, es por eso que buscamos el que menos gente tenía y así fue como conocimos
a Erik. Erik era toda simpatía, nos explicó que los churrascos, son varios
tipos de carnes, ya pueden ser, pollo, cerdo (coche) o res, asadas y
acompañadas de un guisado, frijoles o arroz, con unas tortillas gruesas de maíz
hechas a mano y ya cada quien se prepara su taco.
Este es el talentoso Erik y sus super deliciosos churrascos
- ¿Tiene alguna
salsita que pique compa? – Preguntó Carlos.
- Claro, es
esta. – Erik sacó una cubeta blanca pequeña en la que había una salsa roja. –
Pero échenle poquito porque está fuerte.
Poco faltó para
que los tacos de Carlos y los míos se volvieran tacos de churrascos mojados, el
deseo de poder tener un poco de picante en nuestra comida nos hacía mucha
ilusión. Para nuestra mala suerte, la salsa no picaba casi nada, pero le daba
muy buen sabor a la comida. Los que no podían dar mucho crédito a nuestra
manera de comer salsa eran los locales que incluso nos preguntaban: ¿No les
pica? Definitivamente no nos picaba, pero la comida era deliciosa y el trato de
nuestro buen amigo Erik excelente.
Solo se necesita analizar por un breve momento la concentración de Melanie para darnos cuenta lo delicioso que son los churrascos
Después de
encontrar un hostal llamado “La luna” me acosté pensando en los increíbles paisajes
que había visto ese día, en la adrenalina y sentimientos que tenía y en lo
agradecido que estaba por la hospitalidad y la comida caliente en mi estómago que
Guatemala me estaba ofreciendo, solo un pensamiento pudo venir a mi mente antes
de quedar completamente dormido: La vida es maravillosa.
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