| Chillin with da hommies |
Sin una agenda
previa y nada de planeación, fue como tomamos la decisión unánime de ir a
visitar las ruinas de Tikal a la mañana siguiente de habernos quedado en la
isla de Flores. Había visto muchas fotos del lugar, no eran las primeras ruinas
mayas que visitaba en mi vida, pero las imágenes que veía en google y el hecho
de estar en Guatemala lo hacían algo especial.
Tikal está a
solo a 30 minutos en carro de Petén. Al llegar, nos encontramos con un puesto
de control en la entrada que nos asaltó pedía pagar una cuota de 20 dólares
por persona, tarifa que pagamos a regañadientes. Después de una larga plática con uno de los guías que nos trataba de vender sus servicios (Con la
experiencia de la “basculeada” no estábamos dispuestos a pagar un centavo más) logramos
seguir nuestra ruta, el camino desde el puesto de control hasta el
estacionamiento de las ruinas estaba a aproximadamente 10 kilómetros, no es una
distancia larga si se va en auto pero por regla (Y para proteger a las especies
locales de ser atropelladas) se nos pidió que hiciéramos el recorrido en 30
minutos, por lo que se nos dio un ticket con la hora en la que salimos del puesto
de control para que se nos sellara con la hora de llegada cuando llegáramos a
la entrada de las ruinas (Si recorres la distancia en menos tiempo te multan).
Manejar a esa velocidad una distancia de 10 kilómetros es una cosa extenuante.
Tengo que admitir que por ratos aceleraba un poco y por otros nos parábamos a
simplemente ver la selva para hacer tiempo. Selva que se extendía como un mar
verde, con árboles tan altos como edificios de 4 o 5 pisos, en algunos de
ellos, se enredaban plantas parasitarias que bien podrían ser cactáceas con sus
hojas puntiagudas y espinas afiladas, algunas incluso tenían flores rojas como
la grana o blancas como el algodón. De otros árboles colgaban lianas como las
que estamos acostumbrados a ver en las películas de Tarzan, pero eran tan duras
que dudaba que alguien se pudiera balancear en ellas. En la base de los árboles había arbustos de muchas especies diferentes, algunas coníferas, unas de
colores verde fuerte, otros de verde claro, e incluso unos más de un color
amarillento que parecían a punto de morir, de estas lo mejor es alejarse porque casi siempre vienen acompañadas de un arsenal de espinas listas para atacar
a cualquiera que ose acercarse.
A pesar de que teníamos
las ventanas del auto cerradas y el clima a todo lo que daba, era fácil ver que
en el exterior estaba haciendo un calor asfixiante y una humedad que casi era
posible beber agua directamente del aire con el simple hecho de abrir la boca.
Pero así es la aventura, no todo tiene que ser agradable, esto me ha enseñado
que los mejores recuerdos que uno puede tener de un viaje son cuando más
problemas se tiene y cuando se recuerda con cariño o en algunos casos con
admiración la manera en la que estos se resolvieron.
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Existen otras moscas aún más grandes a las que la gente de la selva
llama “tábanos” los cuales en vez de solo picarte como haría un mosquito común y
corriente, te muerden y arrancan un pedacito de piel, acción que es tan dolorosa
como suena y que he tenido la mala suerte de comprobar. También tenemos al “Chaquiste”
una mosquita tan diminuta que se enreda en el pelo de cualquiera, estas, al igual que los mosquitos también se alimentan de sangre,
pero con la ligera diferencia de que siempre andan en un mosquerío endiablado
de millones de este pequeño animalito que te pueden dejar con más bultitos que
cualquier calle empedrada de una ciudad colonial. Pero no solo los insectos son
capaces de matarte en este ecosistema, existen frutas como “El fruto de
serpiente” que es capaz de acabar contigo por los altos índices de veneno que
este tiene, el problema es que después de andar un tiempo en la selva sin comer
y con mucha sed, este te seduce para que le des una mordida que quizá sea la última.
Existen arbustos como el “Subim” que tienen espinas que parecen cuernos de
vaca, pero que son filosos como navajas, espinas que por lo general son huecas
y sirven de hogar a millones de hormigas rojas que están dispuestas a atacarte
a la primera oportunidad, otro arbusto peligroso es la “uña de gato” que puede
dejarte ciego por un rato al acercarte a ver su hermosa flor blanca que esta
produce. Pero lo más temible en mi opinión, de estas selvas, no son los
insectos, ni los jaguares o ni siquiera la falta de agua, el horror más
peligroso de la selva de estos rumbos es el árbol del “chechén” árbol que según
cuenta la leyenda, su sombra es incluso capaz de matar, un árbol tan venenoso
que el simple contacto con sus ramas, es capaz de hincharte la piel y hacerte
sufrir un dolor indescriptible para después morir entre calenturas si no se
atiende a tiempo, hay quienes, en su intento de sobrevivir en la selva, toman
una de sus ramas para prender fuego, al momento de inhalar su humo caen
ahogados, con la garganta hinchada y las vías respiratorias congestionadas, por
lo menos esto es lo que dicen las personas que conocen la selva. Pero no todo
este panorama es negativo, aparte de ser dueña de algunos de los paisajes más
hermosos y cautivantes de este planeta, la selva es el hogar de algunas de las
especies más hermosas que se han creado, desde faisanes con plumajes vistosos,
Quetzales con largas plumas que serían la envidia de cualquier monarca, hasta
monos juguetones que se balancean entre las ramas altas en las copas de los árboles.
Si se respeta, y
se aprende a escucharla, la madre selva también nos da la mayoría de las
respuestas a nuestros problemas a la hora de sobrevivir en esta, desde raíces que
ayudan a purificar el agua hasta el “chacá”, el cual es un árbol de tronco rojo
como la sangre que parece estar descarapelándose, este, por alguna extraña
razón, siempre crece a unos cuantos pasos del “chechén”, cuando se corta la
corteza y se unta en la parte en la piel afectada por el veneno del “chechén”,
la savia empieza a contrarrestar las toxinas, aliviando y curando la
intoxicación. Cuando mi padre comenzó a enseñarme esto le pregunté:
- ¿Por qué el
chacá siempre crece cerca del chechén? – La verdad es que no daba mucho crédito
a la historia la primera vez que la oí.
-Porque Dios es
grande. -Respondió.
Vestigios de una antigua civilización
Aqui anexo un articulo y la leyenda maya para darle más credibilidad a mi historia
http://mayananswer.over-blog.com/article-el-chechen-y-el-chaca-44830830.html
He tenido muchas
oportunidades de ver el árbol del chechen de lejos, suficiente para aprender a
reconocerlo y saber que tengo que guardar distancia con él.
Las ruinas de
templos menores y centros ceremoniales iban quedando atrás a medida que avanzamos con la intención de llegar hasta el templo principal. Cuando lo vi por primera
vez, la cosa que más me llamo la atención fue su altura, a diferencia de las pirámides
de Chichen Itzá, Ek Balam, Uxmal, Palenque o Teotihuacán que tenemos en México,
esta era más alta, otra diferencia que me llamo la atención fue que el cuadrado
de la base tiene un perímetro menor que las pirámides antes mencionadas. Sus
largas escalinatas son una invitación a subirla, pero una cadena y un guardia
sentado a unos pasos a la sombra frondosa de un árbol de “ramón” era suficiente
disuasivo para que uno evitara hacerlo, aun así, se le permite subir al turista
a una pirámide que se encuentra frente a esta que es casi tan alta como la del
templo mayor pero más gruesa, una escalera de madera es la que te permite subir
la pirámide para así evitar que el desgaste de las pisadas, dañe los escalones
originales, una vez arriba la primera cosa que a uno le llama la atención, son
los montones de templos que sobresalen entre la selva, como si se asomaran de
manera tímida para regresarnos la mirada desde los árboles que a esa altura parecen
simples arbustos.
Escaleras a un costado de la piramide que esta en frente del templo mayor
Nuestras ganas
de explorar, nos llevaron a adentrarnos más en la zona arqueológica, varias horas
después (De estar perdidos), nos dimos cuenta que solo valía la pena visitar el
templo mayor y admirar las ruinas que veíamos a nuestro paso hasta ahí. En
resumen, puedo decir que ir a Tikal vale la pena, pero no adentrarse mucho a
ver las demás ruinas, ya que el paseo es cansado y las distancias bastante
largas.
Pocas cosas hay mejores
para abrir el hambre que una buena caminada, es por eso que al momento de
llegar al carro, después de hidratarnos y recorrer de regreso el camino de 10 kilómetros
que teníamos que hacer en 30 minutos, ósea, después de una hora de haber
regresado al carro, buscamos un lugar donde comer entre los pueblitos que
adornaban el camino, fue así que encontramos un puesto de “pupusas”. Para
describir a la pupusa lo hare de la siguiente manera: Una delicia gastronómica.
Muy parecidas a las gorditas que acostumbramos a comer en México, pero más
gruesas. Son una especie de tortilla de maíz gruesa rellenas de chicharrón o
frijoles, queso y “loroco” (Una yerba local). La primera vez que tuve la
oportunidad de probarlas fue en un restaurant salvadoreño en Provo, Utah, pero
el puestito de la señora que vendía pupusas al lado del camino, se llevó el
premio a la mejor pupusa por mucho. Nada como lo local.
La pupuseria
De regreso en el
“Green Monkey” (nuestro hostal en Flores) mi corazón ya palpitaba con fuerza y
cariño por ese país de costumbres y forma de hablar diferente al nuestro.
La mayoría de
las personas de Guatemala tienen la costumbre de decir para cualquier cosa: “no
haya pena” que viene siendo algo así como, no se preocupe. Y eso hice, dejé de
preocuparme por todo. Comenzaba a comprender de qué trataba la vida.
Esa noche nos
fuimos a la cama relativamente temprano. Teníamos que descansar, porque al día
siguiente nos esperaban muchas horas de carretera en nuestro camino al corazón
de Guatemala.
El mundo es chico, un ejemplo es esta pareja que conocí en el centro de Mérida y que me encontre de nuevo en Tikal.

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