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martes, 7 de febrero de 2017

No haya pena




Chillin with da hommies


Sin una agenda previa y nada de planeación, fue como tomamos la decisión unánime de ir a visitar las ruinas de Tikal a la mañana siguiente de habernos quedado en la isla de Flores. Había visto muchas fotos del lugar, no eran las primeras ruinas mayas que visitaba en mi vida, pero las imágenes que veía en google y el hecho de estar en Guatemala lo hacían algo especial.

Tikal está a solo a 30 minutos en carro de Petén. Al llegar, nos encontramos con un puesto de control en la entrada que nos asaltó pedía pagar una cuota de 20 dólares por persona, tarifa que pagamos a regañadientes. Después de una larga plática con uno de los guías que nos trataba de vender sus servicios (Con la experiencia de la “basculeada” no estábamos dispuestos a pagar un centavo más) logramos seguir nuestra ruta, el camino desde el puesto de control hasta el estacionamiento de las ruinas estaba a aproximadamente 10 kilómetros, no es una distancia larga si se va en auto pero por regla (Y para proteger a las especies locales de ser atropelladas) se nos pidió que hiciéramos el recorrido en 30 minutos, por lo que se nos dio un ticket con la hora en la que salimos del puesto de control para que se nos sellara con la hora de llegada cuando llegáramos a la entrada de las ruinas (Si recorres la distancia en menos tiempo te multan). Manejar a esa velocidad una distancia de 10 kilómetros es una cosa extenuante. Tengo que admitir que por ratos aceleraba un poco y por otros nos parábamos a simplemente ver la selva para hacer tiempo. Selva que se extendía como un mar verde, con árboles tan altos como edificios de 4 o 5 pisos, en algunos de ellos, se enredaban plantas parasitarias que bien podrían ser cactáceas con sus hojas puntiagudas y espinas afiladas, algunas incluso tenían flores rojas como la grana o blancas como el algodón. De otros árboles colgaban lianas como las que estamos acostumbrados a ver en las películas de Tarzan, pero eran tan duras que dudaba que alguien se pudiera balancear en ellas. En la base de los árboles había arbustos de muchas especies diferentes, algunas coníferas, unas de colores verde fuerte, otros de verde claro, e incluso unos más de un color amarillento que parecían a punto de morir, de estas lo mejor es alejarse porque casi siempre vienen acompañadas de un arsenal de espinas listas para atacar a cualquiera que ose acercarse.
A pesar de que teníamos las ventanas del auto cerradas y el clima a todo lo que daba, era fácil ver que en el exterior estaba haciendo un calor asfixiante y una humedad que casi era posible beber agua directamente del aire con el simple hecho de abrir la boca. Pero así es la aventura, no todo tiene que ser agradable, esto me ha enseñado que los mejores recuerdos que uno puede tener de un viaje son cuando más problemas se tiene y cuando se recuerda con cariño o en algunos casos con admiración la manera en la que estos se resolvieron. 
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Algunos de los lagos que pasamos durante nuestro camino, aquí la gente sigue lavando a mano en ellos.



Cuando por fin pusimos un pie en la entrada de la zona arqueológica, nos dirigimos a un tablón enorme en la que había un mapa de la zona. Al parecer, todavía teníamos que caminar uno 3 kilómetros más para llegar a la pirámide principal y al edificio que queríamos ver y por el cual habíamos viajado desde Petén hasta ahí.
A pesar de que el camino está bien señalado y existen muchos letreros para señalar la dirección en la que debes de caminar, es fácil perderse. Hay muchas historias que ya han sufrido varios turistas extranjeros que han sido encontrados (Si los encuentran) después de varios días en un estado bastante avanzado de fatiga y deshidratación, historias que conocen bien los locales y te cuentan a manera de disuadirte a no salir del camino señalado. En cierta ocasión, mi padre me dijo que existe una posibilidad aún mayor de sobrevivir en un desierto que en la selva, cosa que me parecía absurda al ver el exceso de recursos y agua que esta tiene. Después de pasar un tiempo en varias selvas, puedo decir que tiene toda la razón. 


La piramide principal de Tikal



Existen muchas razones por las cuales uno debe de amar, respetar y temer a la selva. La primera es la falta de agua y la rapidez con la que uno pierde líquidos debido al calor y a lo sofocante del entorno, a pesar de que existe mucha vegetación y esta necesita agua, conseguirla casi siempre es algo complicado y cuando se consigue se tiene el riesgo de contraer una enfermedad en la que se acabe sufriendo de manera terrible entre vómitos y diarrea. Después de esto están la infinita colección de insectos que suelen tener su hogar en este ecosistema, desde mosquitos que son capaces de contagiar el chikungunya, dengue, zica u otra enfermedad, hasta moscas a las que llamas “colmoyotes” que después de picarte y anestesiarte, te inseminan una de sus larvas para que esta se alimente de tu carne hasta que este lo suficientemente grande para salir o volando, o con un bisturí. 

-¿Como quieres que te saque la foto?
-Así como que tengo una exploción atrás y no me doy cuenta
-Va

-¿Y tu?
-Así como que estoy pensando y como que tambien no me doy cuenta que me estas sacando la foto.
-No se diga más



Existen otras moscas aún más grandes a las que la gente de la selva llama “tábanos” los cuales en vez de solo picarte como haría un mosquito común y corriente, te muerden y arrancan un pedacito de piel, acción que es tan dolorosa como suena y que he tenido la mala suerte de comprobar. También tenemos al “Chaquiste” una mosquita tan diminuta que se enreda en el pelo de cualquiera, estas, al igual que los mosquitos también se alimentan de sangre, pero con la ligera diferencia de que siempre andan en un mosquerío endiablado de millones de este pequeño animalito que te pueden dejar con más bultitos que cualquier calle empedrada de una ciudad colonial. Pero no solo los insectos son capaces de matarte en este ecosistema, existen frutas como “El fruto de serpiente” que es capaz de acabar contigo por los altos índices de veneno que este tiene, el problema es que después de andar un tiempo en la selva sin comer y con mucha sed, este te seduce para que le des una mordida que quizá sea la última. Existen arbustos como el “Subim” que tienen espinas que parecen cuernos de vaca, pero que son filosos como navajas, espinas que por lo general son huecas y sirven de hogar a millones de hormigas rojas que están dispuestas a atacarte a la primera oportunidad, otro arbusto peligroso es la “uña de gato” que puede dejarte ciego por un rato al acercarte a ver su hermosa flor blanca que esta produce. Pero lo más temible en mi opinión, de estas selvas, no son los insectos, ni los jaguares o ni siquiera la falta de agua, el horror más peligroso de la selva de estos rumbos es el árbol del “chechén” árbol que según cuenta la leyenda, su sombra es incluso capaz de matar, un árbol tan venenoso que el simple contacto con sus ramas, es capaz de hincharte la piel y hacerte sufrir un dolor indescriptible para después morir entre calenturas si no se atiende a tiempo, hay quienes, en su intento de sobrevivir en la selva, toman una de sus ramas para prender fuego, al momento de inhalar su humo caen ahogados, con la garganta hinchada y las vías respiratorias congestionadas, por lo menos esto es lo que dicen las personas que conocen la selva. Pero no todo este panorama es negativo, aparte de ser dueña de algunos de los paisajes más hermosos y cautivantes de este planeta, la selva es el hogar de algunas de las especies más hermosas que se han creado, desde faisanes con plumajes vistosos, Quetzales con largas plumas que serían la envidia de cualquier monarca, hasta monos juguetones que se balancean entre las ramas altas en las copas de los árboles. 

Si se respeta, y se aprende a escucharla, la madre selva también nos da la mayoría de las respuestas a nuestros problemas a la hora de sobrevivir en esta, desde raíces que ayudan a purificar el agua hasta el “chacá”, el cual es un árbol de tronco rojo como la sangre que parece estar descarapelándose, este, por alguna extraña razón, siempre crece a unos cuantos pasos del “chechén”, cuando se corta la corteza y se unta en la parte en la piel afectada por el veneno del “chechén”, la savia empieza a contrarrestar las toxinas, aliviando y curando la intoxicación. Cuando mi padre comenzó a enseñarme esto le pregunté:
- ¿Por qué el chacá siempre crece cerca del chechén? – La verdad es que no daba mucho crédito a la historia la primera vez que la oí.

-Porque Dios es grande. -Respondió.

Vestigios de una antigua civilización


Aqui anexo un articulo y la leyenda maya para darle más credibilidad a mi historia
http://mayananswer.over-blog.com/article-el-chechen-y-el-chaca-44830830.html

He tenido muchas oportunidades de ver el árbol del chechen de lejos, suficiente para aprender a reconocerlo y saber que tengo que guardar distancia con él.

Las ruinas de templos menores y centros ceremoniales iban quedando atrás a medida que avanzamos con la intención de llegar hasta el templo principal. Cuando lo vi por primera vez, la cosa que más me llamo la atención fue su altura, a diferencia de las pirámides de Chichen Itzá, Ek Balam, Uxmal, Palenque o Teotihuacán que tenemos en México, esta era más alta, otra diferencia que me llamo la atención fue que el cuadrado de la base tiene un perímetro menor que las pirámides antes mencionadas. Sus largas escalinatas son una invitación a subirla, pero una cadena y un guardia sentado a unos pasos a la sombra frondosa de un árbol de “ramón” era suficiente disuasivo para que uno evitara hacerlo, aun así, se le permite subir al turista a una pirámide que se encuentra frente a esta que es casi tan alta como la del templo mayor pero más gruesa, una escalera de madera es la que te permite subir la pirámide para así evitar que el desgaste de las pisadas, dañe los escalones originales, una vez arriba la primera cosa que a uno le llama la atención, son los montones de templos que sobresalen entre la selva, como si se asomaran de manera tímida para regresarnos la mirada desde los árboles que a esa altura parecen simples arbustos.

Escaleras a un costado de la piramide que esta en frente del templo mayor




Nuestras ganas de explorar, nos llevaron a adentrarnos más en la zona arqueológica, varias horas después (De estar perdidos), nos dimos cuenta que solo valía la pena visitar el templo mayor y admirar las ruinas que veíamos a nuestro paso hasta ahí. En resumen, puedo decir que ir a Tikal vale la pena, pero no adentrarse mucho a ver las demás ruinas, ya que el paseo es cansado y las distancias bastante largas.
Pocas cosas hay mejores para abrir el hambre que una buena caminada, es por eso que al momento de llegar al carro, después de hidratarnos y recorrer de regreso el camino de 10 kilómetros que teníamos que hacer en 30 minutos, ósea, después de una hora de haber regresado al carro, buscamos un lugar donde comer entre los pueblitos que adornaban el camino, fue así que encontramos un puesto de “pupusas”. Para describir a la pupusa lo hare de la siguiente manera: Una delicia gastronómica. Muy parecidas a las gorditas que acostumbramos a comer en México, pero más gruesas. Son una especie de tortilla de maíz gruesa rellenas de chicharrón o frijoles, queso y “loroco” (Una yerba local). La primera vez que tuve la oportunidad de probarlas fue en un restaurant salvadoreño en Provo, Utah, pero el puestito de la señora que vendía pupusas al lado del camino, se llevó el premio a la mejor pupusa por mucho. Nada como lo local.

La pupuseria



De regreso en el “Green Monkey” (nuestro hostal en Flores) mi corazón ya palpitaba con fuerza y cariño por ese país de costumbres y forma de hablar diferente al nuestro.
La mayoría de las personas de Guatemala tienen la costumbre de decir para cualquier cosa: “no haya pena” que viene siendo algo así como, no se preocupe. Y eso hice, dejé de preocuparme por todo. Comenzaba a comprender de qué trataba la vida.
Esa noche nos fuimos a la cama relativamente temprano. Teníamos que descansar, porque al día siguiente nos esperaban muchas horas de carretera en nuestro camino al corazón de Guatemala.


El mundo es chico, un ejemplo es esta pareja que conocí en el centro de Mérida y que me encontre de nuevo en Tikal.




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